Parte II
VI Una sonrisa al pasado
Cuando falleció, Cristian tenía doce
años. Estaba enamorado de Jessica Quinman, la muchacha que toda la escuela
envidiaba o deseaba. Él estaba entrando en la pubertad y era normal que
comenzara a sentir cosas por una chica. No tenía problemas de personalidad; tenía
un buen desplante con cualquiera, excepto con Jessica. Se ponía nervioso, no
lograba articular palabras (y si lo lograba, no las unía correctamente),
comenzaban a sudarle las manos… El muchacho se volvía un caos. Una tarde,
después de clases, Cristian había olvidado su mochila en la escuela. Regresó al
salón de clases, donde se encontró a una niña llorando. Era Jessica. Llevaba un
chaleco blanco que le cubría los brazos.
-“¿Estás
bien?” –Preguntó Cristian acercándose a
ella. La niña lloraba desconsolada…
-“Todos se fueron ¿por qué no vas a casa?” –Ella no contestó, solo se
limitaba a sollozar. Sus lágrimas empapaban el chaleco blanco. –“No entiendo
por qué lloras. Eres muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie
podría desear” –Sus palabras brotaron de su boca como una canción, sin
titubeos, sin dudas… Ella lo observó, en parte encantada, y en parte
sorprendida.
-“Eso
es… muy lindo” –Le dijo secando sus lágrimas. Tenía el rostro congestionado,
pero Cristian pensó que se veía hermosa. –“¿De dónde has sacado esa oración?”
-“Me la
he… i-inventado” –Sus palabras volvían a atropellarse al hablar con ella. Era
más fácil hablarle fluido cuando se estaba tapando esos enormes ojos coquetos
con el antebrazo.
No
recuerda de dónde obtuvo facundia para invitarla a un helado después de esta
conversación, pero de alguna manera acabaron riendo y disfrutando un helado
artesanal como viejos amigos que no se encontraban hace mucho tiempo.
-“¿Quieres
saber por qué estaba llorando?” –Preguntó ella llevándose el cono a la boca.
-“No
importa si no quieres contarme” –Cristian ya no sentía nervios al estar con
ella, pero actuaba diferente, él lo sabía, estaba enamorado.
-“Los
niños son curiosos, sé que quieres saber… No es gran cosa. Discutí con mi papá”
–Él había discutido con su padre varias veces. En ocasiones lloraba también,
pero Jessica le gustaba mucho, y no quería que tuviera la imagen de un niño
llorón.
Jessica
le comentó que las discusiones que ella tenía con su padre eran distintas a las
que las niñas comúnmente tenían con sus papás. Él la maltrataba mucho, y la
obligaba a llevar encima esos horribles chalecos blancos de mangas largas para
cubrir sus moretones.
Un día
Cristian fue su casa. Estaban juntos, viendo una película. Ninguno ponía
atención a la pantalla, ya que estaban muy distraídos el uno con el otro. Ella
lo miraba de reojo, y él fingía no darse cuenta. El juego se repetía, y pasaban
muchos minutos así. Ella le tomó la mano, quizás él tomó la mano de ella, o
quizás sus manos se unieron por una linda casualidad. No importa. Estaban
dándose la mano. Él la observó, sus enormes ojos verdes, sus pómulos rosáceos,
su sonrisa inocente… Su aroma dulce se fusionó con un aroma agrio. Sus
moretones en los brazos. El aroma agrio. Su rostro impregnado de miedo. El
aroma agrio. Alcohol. Vino barato. Ella soltando su mano, gritando. Volvía a
llorar.
No entiendo por qué lloras. Eres
muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie podría desear
Las
palabras aparecieron en su mente. Lo había oído en una teleserie. Lo había
memorizado. Había practicado frente al espejo durante semanas.
El padre
de Jessica estaba detrás de él. Lo agarró con fuerza del brazo, hincándole las
uñas. Aroma agrio. Lo lanzó contra la pared.
-“¡PAPÁ!
¡PARA!”
Jamás
nadie golpeó a Cristian. No tenía enemigos. Su familia le brindaba amor y
cuidado. Así que no supo que se le rompieron dos costillas cuando el señor
Quinman le dio una patada mientras estaba en el suelo. Solo sabía que no había
conocido el dolor hasta ese momento. El hombre lo agarró del cuello,
estrangulándolo. Cristian sentía que la cabeza le palpitaba. En su último
aliento de furia borracha lo lanzó contra la televisión. Al golpearse contra el
aparato, éste tambaleó un par de veces y cayó sobre. Como la mayoría de las
muertes que no aparecen en los noticieros, ésta pasó inadvertida.
Habían
pasado ocho años desde ese incidente y Cristian ni siquiera lo había notado. De
vez en cuando visitaba a Jessica, pero ella ya no le hablaba. Solo estaba
preocupada de meterse drogas y tomar cualquier mierda barata. ¿Quién puede
culparla? Sola, con su único familiar tras las rejas por el cargo de homicidio,
cualquiera habría caído en el vicio.
Cristian
estaba acostumbrado a que nadie notara su presencia, pero ese día fue especial.
Estaba en la esquina de la casa en donde había discutido con el padre de
Jessica por última vez cuando pasó un vehículo. Una mujer iba conduciendo y un
hombre iba de copiloto. Raine lo miró a los ojos a través del cristal del
automóvil.
En ocho
años nadie lo había mirado a los ojos.
VII El niño
-“¿Todo
bien?” –Preguntó Clara con ambas manos sobre el volante.
-“…Sí…
No es nada, necesito dormir más. He dormido tan poco, que la primera sesión de
ejercicios me ha dejado agotado.” –Prefirió decirle eso a “acabo de ver a un
niño que lleva muerto más de ocho años observándome en una esquina”.
-“Eso es
bueno” –Le sonrió –“Estás tan cansado que por fin podrás dormir esta noche”.
–Ella parecía más aliviada que él. No había logrado descansar nada intentando
consolarlo hasta altas horas de la madrugada.
El
vehículo aparcó afuera de la casa. Clara bajó la silla de ruedas y la desplegó.
Ayudó a Raine a subirse, y una vez ahí le dejó un par de bolsas en el regazo.
Ella creía que él no se sentiría tan inútil. Él sabía que ella pensaba de esa
manera, y se sentía como un carro de compras, pero prefería quedarse callado.
Ella lo empujó hasta llegar a la cocina, le quitó las bolsas de las piernas y
las dejó sobre la mesa.
-“¿Qué
estás pensando?” –Preguntó Clara al ver que Raine llevaba un buen rato absorto
en sus pensamientos.
-“En mis
cosas. ¿Dónde están mis cosas? Las que tenía antes del coma.” –Raine, al
despertar tenía un teléfono nuevo, y no había visto un documento oficial del
departamento en toda la semana que llevaba lúcido. Clara, siguiendo órdenes
estrictas del doctor, alejó cualquier cosa que pudiera traerle recuerdos de su
“accidente”.
-“El
doctor dijo que era mejor que te adaptaras al presente. Que muchas veces los
sucesos difíciles como los que viviste tú podían regresar muy fácilmente y
dejar secuelas mayores.” –Respondió mientras ordenaba las compras. Raine sabía
que no era una buena idea discutir con su mujer respecto al tema.
-“Sucede
que hoy vi a un muchacho… ¿recuerdas el caso Quinman? ¿El del tipo borracho que
liquidó a un niño?”
-“Cariño,
no deberías pensar en eso. Es cosa del pasado, solucionaste el caso, déjalo ya.
Intenta relajarte, tienes licencia por varias semanas, deberías aprovecharlas
saliendo más.”
-“…La
cosa es que vi al muchacho. Hoy, mientras íbamos en el auto.” –Clara suspiró.
-“No has
dormido bien hace días. Obviamente no está todo en orden en tu sistema
nervioso, además hay muchos niños, pudiste haberlo confundido.” –Continuó
ordenando la comida en la alacena.
-“Tienes
razón” –Dijo. Pero no lo creía. –“Será mejor que vaya a descansar… Estoy
agotado después de la sesión de ejercicios”
-“¡Y
vaya que gran sesión! ¿Eh? Estoy muy segura que la próxima semana podrás
levantar más peso.” –Cuando Clara se giró, Raine se había ido.
Raine
estaba tendido sobre su cama. Examinaba la silla de ruedas a su lado y evitaba
imaginar un futuro sin piernas. Clara entró en la habitación, se veía radiante.
Le dio un cálido beso en la frente y se marchó al trabajo. Raine había estado
en coma casi un año completo. Había conversado mucho con Clara, y se le hacía
muy difícil actualizarse en cuanto a todo lo que había sucedido en esos meses.
Lentamente se ponía al día de qué pasó con los tios y primos. La madre de Clara
había fallecido en ese periodo, y tuvo que haber sido muy difícil para ella
lidiar con su pérdida teniendo a su marido en la cuerda floja.
Escuchó
a su esposa cerrar la puerta, y arrancar el auto. A través de la ventana vio al
vehículo alejarse por la calle, y vio también a Cristian observándolo con una
gran sonrisa desde el otro lado de la calle. Cuando quiso percatarse, se dio
cuenta que no estaba ahí.
Eran las
cinco de la tarde, pero en su sueño ya era de noche. El niño lo miraba a los
pies de su cama con una sonrisa muy plácida.
-“¿Por
qué estás feliz?” –Le preguntó Raine.
-“Porque
encontré la esperanza que necesitaba, señor” – Le respondió.
Ayúdalo Raine
Una voz
pasó por su cabeza… Era una voz familiar, pero no lograba recordar a quién
pertenecía.
-“¿Y qué
necesitas que haga por ti?” –Preguntó. Se dio cuenta que podía mover las
piernas, y se paró junto a la cama, cada vez más cerca del niño.
-“Me
dijo que te dé mi último recuerdo, y mi último deseo. Nada más. Dijo que tú
sabrías qué hacer con él.”
-“¿Quién
te dijo eso pequeño?”
-“Un
amigo. Tuyo y mío.”
-“¿Y
tiene nombre?”
-“Él
sabía que preguntarías eso… No tiene nombre, pero dijo que no lo entenderías
hasta que hablaras directamente con él”
Raine se
observó a sí mismo durmiendo sobre la cama. El muchacho se acercó a él y una
luz muy brillante apareció dentro de su corazón.
-“Mi
último deseo, y mi último recuerdo… Espero que sirva de algo…”
Una
pequeña llama, idéntica a las que había soñado hace un tiempo, se dibujó en el
pecho del niño. Éste la cogió con ambas manos y con sumo cuidado. Lentamente
acercó la llama al pecho de Raine, hasta que todo se oscureció.
Tranquilo, todo está en orden.
Ayuda al niño.
La voz
se abrió paso a través de la oscuridad. Emergió un aroma… Un aroma agrio. Un
golpe. Una niña inocente que se pudrió por culpa de una vida cruel. El cadáver
del niño, cuya cabeza se encontraba bajo la televisión. Una promesa de amor
inocente. Una carta y un anillo dentro de una caja de metal, enterrada varios
centímetros bajo tierra.
Solo dale la carta.
Al
despertar, Raine sabía exactamente donde se encontraba esa carta. A su lado
estaba Clara, durmiendo plácidamente. Una parte de él sabía que el niño seguía
ahí, porque sentía un cosquilleo extraño en la nuca y cada vez que exhalaba
podía ver el vaho que emanaba su boca. Estaba asustado.
-“…De
acuerdo…” –Susurró. Las palabras apenas salieron de sus labios.
Una
brisa helada recorrió la habitación. Una caricia invernal. Y en ese momento Raine
supo que se encontraba sólo. A su lado estaba Clara, durmiendo plácidamente.
VII Reencuentro con el pasado
Iban a cumplir diez minutos
mirándose las caras e intercambiando sonrisas estúpidas. Ese tipo de sonrisa
que le das a una persona cuando no hay ningún tema en común, pero no hay ningún
motivo para largarte de ahí. Estaban sentados en la sala de estar. Su hermano
mayor había ido de visita, se encontraba muy preocupado por Raine después del
año difícil que había tenido.
-“Y
¿cómo fue? ¿Qué te pasó?” –Dijo después de un largo rato.
-“Honestamente
no lo recuerdo… Tampoco es que alguien quiera contarme, dicen que puede ser
malo para la salud” –Agitó el vaso que tenía en la mano y observó como el hielo
resbalaba en el interior.
-“Pero…
¿tienes alguna idea? ¿Se te ocurre algo?” –
-“Quizás
me atropellaron, o recibí una bala en la columna… A decir verdad no recuerdo
mucho de lo que sucedió antes de despertar del coma…” –Bebió un largo sorbo.
Habría deseado que fuera ron, pero Clara tenía estrictamente prohibido el
alcohol mientras estuviera convaleciente.
Antes de
encontrarse con el niño a los pies de su cama, Raine dormía dos o tres horas,
despertándose cada veinte o treinta minutos. Cuando comenzaba a caer en un
sueño profundo, los terrores nocturnos del recuerdo de su padre le venían a la
mente, y escuchaba una voz grave, profunda que surgía desde el lugar más
alejado de su mente. Era entonces cuando despertaba empapado en sudor. Luego de
eso observaba a su esposa hasta que el sueño lo vencía, nuevamente.
El silencio
había envuelto a los dos hermanos por segunda vez. Se miraban las caras, se
sonreían, e intentaban fijar su atención en las cosas que los rodeaban. Raine
observó la mesa. Era de vidrio, y sobre ella tenía dos posavasos con el logo
del departamento de policías. Al lado del posavasos había una gota derramada.
La luz de la ventana se refractaba en su interior, y se veía brillante. Sin
embargo, a pesar de intentar concentrar su atención en la mesa, podía ver a Cristian
sentado junto a su hermano. Hace dos noches que había tenido esa extraña
conversación, y a pesar de lo que Raine había deseado creer, no fue un sueño.
-“Bueno
chicos, tengo clase de yoga ahora, así que voy saliendo ¿Necesitan algo?”
–Clara se asomó por la puerta de cocina.
-“Un
poco de cerveza vendría bien” –Dijo Lucas sonriente levantando su vaso de agua
medio vacío. Clara rió. Raine intentó hacerlo. Su sonrisa fue tan forzada que
tanto su esposa como su hermano se vieron incomodados y cruzaron miradas de
apretura.
-“Bueno,
entonces… Bueno, me llaman entonces si se les ocurre algo…” –Clara se despidió
y salió por la puerta principal.
El
silencio llegó por tercera vez.
-“Yo
sé…” –Dijo Lucas –“Que no he sido el mejor hermano del mundo, Ray… Pero tienes
que entender, después de lo que le pasó a… De lo que sucedió en general, no
esperarás que lo supere de la noche a la mañana…” –Raine estaba absorto en la
mesa. No era de la noche a la mañana, habían pasado más de cuarenta años. Miraba
la gota. La gota que refractaba la luz. La luz que entraba por la ventana. El
niño. Cristian. –“¿Estás bien? Te ves
pálido…”
Las
manos de Raine comenzaron a temblar. Falta de sueño. El día anterior había
vomitado todo lo que consumía. Estaba pálido, y se así se sentía. –“No… Lo
siento. Voy al baño.” –Impulsó la silla de ruedas con sus manos. Lucas se levantó.
-“Déjame
ayudarte” –
-“No,
Lucas, no es necesario…” –Su hermano comenzó a empujar la silla por el
respaldo, peor Raine ejercía freno con sus brazos para que no avanzara. –“Lucas,
no es necesario”
Lucas lo
soltó. –“Está bien, no quise molestar” –No hubo respuesta. Raine salió de la
habitación en dirección al baño, y él se quedó con el muchacho.
El baño
se encontraba en el primero piso. Estaba frio, más que de costumbre. Desde que
había despertado, Raine no había utilizado este baño. La puerta no era lo
suficientemente ancha para que la silla pudiera pasar por ella. El baño del
segundo piso tenía pasamanos, una entrada más ancha, y todos los implementos
que necesitaba para cagar sin sentirse un fenómeno. Aquí no tenía nada de eso,
pero le sobraba orgullo. Se dejó caer sobre las frías baldosas de cerámica.
Tirado en el suelo, cerró la puerta por dentro. Con seguro. Llevaba unos
pantalones deportivos, y una camisa blanca de manga corta. Sus antebrazos se
entumecían mientras se arrastraba hacia el inodoro.
El niño estaba a su lado. No lo había visto,
pero lo sabía.
Logró
alcanzar el retrete y tardó casi diez minutos en sentarse sobre él. El agrio
olor a alcohol comenzó a impregnarle la nariz.
-“¡PAPÁ! ¡DETENTE!”
Intentó
bajarse los pantalones. Inmensamente difícil de hacer cuando la mitad de tu
cuerpo es un peso muerto. “Como quitarle el pantalón a un cadáver” pensó.
Estaba ahí, pero sabía que lo miraban. O creía que lo miraban. Lo miraban.
Detrás de la cortina de baño, una silueta recortaba la figura de un muchacho de
doce años. Intentó correr la cortina, pero no lograba alcanzarla. Si sus
piernas funcionaran habría sido más fácil, pero estaba atrapado sobre el váter.
Cuando logró alcanzar la cortina con la punta de sus dedos, se las arregló para
agarrarla con la mano. La silueta se dibujaba detrás de la cortina. Tiró de
ella, y ésta cayó lentamente sobre el suelo. No había nada, solo una tina de
baño vacía.
Habían
pasado más de veinte minutos y Raine seguía sobre el váter con los pantalones a
la altura de las canillas. No quería salir, porque eso significaría enfrentar
problemas sin solución. Su hermano lo abandonó cuando él tenía ocho años. No
dejaron de vivir juntos, pero Lucas dejó de reconocerlo como su hermano. Cuando
él cumplió la mayoría de edad salió a enfrentar al mundo, y el hermano mayor se
quedó solo. Raine tuvo que vivir una infancia solitaria. Cuando graduó en la
escuela de policías Lucas fue a la ceremonia solo para contarle sobre la muerte
de su padre. Luego se reencontraron un par de veces más, pero su hermano
siempre lo miraba de la misma manera. Acusándolo por haber disparado a su
madre. De una vida de mierda, con un padre borracho, en un departamento de
cinco metros cuadrados, donde no había comida porque la prioridad era la
borrachera de papá, el único rayo de luz que existía en sus vidas era su madre.
Siempre cálida, cariñosa, protectora. Tan protectora que cuando el cañón del
revolver Smith & Wesson se clavaba en la frente de su padre, ella los descubrió
y salió del baño hecha una furia, lanzándose contra el arma. Su padre la detuvo
apretándole la muñeca tan fuerte que Raine aún podía oír los carpos
dislocándose. El niño estaba con los bracitos extendidos, mirando a sus padres
revolcarse en el suelo. Veía los golpes certeros de su padre rompiéndole la
cara a mamá. Ella arañando con dedos cubiertos de sangre intentando quitárselo
de encima.
Él se
giró y lo miró a los ojos. Esa mirada... Raine había conocido psicópatas
homicidas, rateros de poca monta y traficantes. Había visto a los ojos a la
peor mierda que existe en la sociedad, pero nunca pudo dar con una mirada como
esa. Vacía, llena de odio, de tristeza, de miedo. En ese minuto realmente
sintió que era su deber halar del gatillo y acabar con la tristeza de esa
criatura que alguna vez fue su padre. Podía oír la congestionada respiración de
su madre debido a la nariz destrozada.
-“Dispara
hijo, salva a tu madre” –
Su dedo
caviló sobre el gatillo, pero no fue capaz de hacerlo.
Ella
aprovechó la distracción para clavar sus uñas en el cuello de su esposo,
atravesando piel y músculo. Sus largas y bien cuidadas uñas se deslizaron por
la carne como un cuchillo sobre mantequilla caliente, pero él se defendió
clavándole un lápiz que tenía a mano entre las costillas. Forcejearon ante los
ojos de Raine, y se revolcaban como cerdos en un matadero, cubiertos de sangre.
La escena que había intentado olvidar cobraba vida una vez más en su mente,
pintándose con trazos gruesos de sangre y miedo.
Estaba
aterrado, quería salvar a la luz de su desgraciada vida.
Disparó.
El sonido sordo de la muerte irrumpió en todo
el edificio. Raine sabe disparar muy bien, pero en ese entonces nunca había
disparado. Él dice que “la suerte de principiante no existe”, porque él no la
tuvo esa primera vez. El tiro en la cabeza fue tan certero que parecía hecho
por un tirador profesional a treinta centímetros de su víctima. Si la hubiera
matado antes, no habría sufrido. Si le hubiera volado la tapa de los sesos a
ese viejo de mierda rastrero, nada habría salido mal.
El
pequeño Raine se quedó ahí, en medio de la habitación. Su madre con un agujero
en la sien que emanaba más sangre de la que había repartida por el suelo. Una
lapicera se encontraba entre sus costillas, rozando su pecho izquierdo. Su
padre a menos de medio metro, tirado de espaldas, se cubría la herida del
cuello con la mano mientras lo miraba. La mirada de miedo, de odio, de
desesperación… Raine observó el cañón del
arma por el que evacuaba el humo del disparo. Sus manos temblaron hasta que el
arma cayó al suelo como si buscara alejarse de él.
Su padre
caviló un rato. Probablemente se le quitó la borrachera. Se arrastró sobre la
sangre desparramada en el suelo hasta llegar al cadáver de su esposa, la estrechó
entre sus brazos y comenzó a besarle la cara mientras acariciaba su cabello a
la vez que lo teñía de rojo. Ella, con la mirada perdida y un hilo de sangre en
la sien no podía quitárselo de encima.
Pasaron
varios minutos sin que cambiara la escena. Raine no se había dado cuenta que
estaba en posición fetal observando a su padre abrazando a un cadáver. No
escuchó los golpes en la puerta hasta que la rompieron con una patada. Los
vecinos intentaban entrar pero quedaban paralizados en el umbral en cuanto
veían la escena. El muchacho en posición fetal con el arma asesina entre las
piernas, el hombre arrepentido abrazando a un cadáver…
Cuatro
golpes en la puerta. Uno tras otro. La voz de su hermano preguntando por él.
Sobre el inodoro. El pantalón a la altura de las canillas. La cortina de baño
en el suelo. El niño esperando en algún rincón del baño.
VIII La promesa
La
mañana de sábado cubría las verdes praderas que Raine podía apreciar a través
de la ventana. El pequeño fiat rojo los había transportado más de diez
kilómetros, y no lograba congeniar con los caminos de tierra.
-“Gracias
por acompañarme, Lucas… No tenías por qué molestarte” –Dijo Raine mirando a
través de la ventana. A su lado iba conduciendo su hermano, que pesar de ser
cinco años mayor que él se veía mucho más joven. El tiempo le había plateado
las sienes, pero su cabello (aunque más escaso) seguía teniendo el brillo
cobrizo de sus años mozos.
-“No hay
problema Ray… Aunque aún no me dices qué venimos a hacer”
-“Vamos
a buscar algo, eso es todo.” –Raine no tenía ni la menor idea de qué era lo que
buscaba, pero sabía exactamente dónde encontrarlo.
-“Raine…”
–Continuó su hermano –“¿Qué pasó ayer? Estuviste encerrado en el baño casi una
hora, y cuando toqué para ver si estabas bien no contestabas, casi tiro la
puerta abajo… Creo que merezco una explicación” –Lucas lo miró como esperando
una respuesta, pero solo obtuvo un suspiro de vuelta.
-“Por
aquí, toma a la derecha” –Dijo señalando el camino que se bifurcaba como una
lengua bífida.
-“Y hoy
a las nueve de la mañana me llamas para decirme que necesitas a alguien te haga
compañía. Para salir a buscar algo importante…” –Raine continuaba desviando su
atención con las verdes praderas que se proyectaban en la ventana. El vehículo
comenzó a detenerse y Lucas lo estacionó a un lado del camino. –“Hasta aquí
llegamos.” –Dijo molesto –“No pienso avanzar ni un metro más sin saber qué
mierda te pasa. Explícame todo, o nos regresamos y no volvemos. No me hagas
arrepentirme de querer reencontrarme contigo, Raine.”
-“¿Y qué
quieres que te explique?” –Raine se rascó la mejilla con desinterés.
-“Todo
Ray, y mírame a los ojos para hablar” –Raine se giró hacia él. Tenía una mirada
seria, como un niño haciendo rabietas. Un niño de cincuenta años que había
asesinado a su madre.
-“¿Por
qué te fuiste a los dieciocho?” –Dijo finalmente. Sin parpadear. Sin respirar
siquiera, esperando una respuesta. Sentía como la pena, el miedo y la ira
copulaban en su interior.
-“Tenía
dieciocho, era mi deber marcharme… Nadie puede quedarse en un orfanato después
de los dieciocho, ya tenía la edad para trabajar… Era lo que tenía que hacer.”
-“Pero
ni siquiera te despediste. No volviste a hablarme después de…” –La mano de
Raine se convirtió en un puño.
-“Lo sé,
era un muchacho, no estaba seguro de lo que estaba haciendo. No supe como
tomármelo…” –Lucas se encontró evitando la mirada de su hermano. Volvió a
enfrentarla. –“No fue correcto haber reaccionado así… pero aun no entiendo por
qué lo hiciste…”
-“No
quise hacerlo, fue todo un mal entendido” –El tema era muy delicado, aunque
Raine se sentía ansioso –“Yo… yo traté de defenderla, evitar que…le pasara
algo”
-“¿Entonces
por qué no me lo dijiste cuando nos encontramos…?”
Raine lo
interrumpió, estaba fuera de sí –“¡Porque no lo recordaba! Entiende, por favor,
tenía ocho años, para mí fue terrible haberle destapado los sesos…” –La mano de
Lucas lo agarró del cuello de la camisa, muy amenazante.
-“No. No
hables así. No hables de esa manera sobre ella. No tiene la culpa de que su
cagada de hijo haya salido desequilibrado”
-“¿Perdón?
¿Desequilibrado? Tú, maldito perro, te fuiste y dejaste sólo a tu hermano menor
cuando más te necesitaba… Tú, me dejaste cojo cuando quería apoyarme de
alguien, porque jamás fuiste capaz de entender… Siempre fuiste tan terco… Te
pintaste tu propia idea, y juraste que tenías la razón.”
-“¿Qué
razones te iban a llevar a matarla,
imbécil? ¿Qué daño te hacía ella? Era lo único que hizo que nuestra infancia de
mierda no fuera peor… ¡Hasta que tú la mataste, bastardo!”
La
cabeza de Lucas golpeó el cristal con fuerza después de que Raine le atizara un
buen golpe en la cara.
-“No
vuelvas a decir eso ¿oíste?” –Antes de que su hermano pudiera reaccionar, Raine
lo apresó del cuello y comenzó ahorcarlo –“Traté de matar a ese viejo de mierda
mientras le daba como a una zorra en el suelo. Le desfiguró el rostro, y le
clavó una pluma entre las costillas. Yo solo erré el tiro, tenía ocho años
¡tenía ocho años!” –Raine se vio a sí mismo en posición fetal –“Necesitaba a
alguien en quién apoyarme” –El revolver en sus manos –“¡No podía perdonarme ese
error!” –La mirada de su padre, ajena; llena de odio, miedo y tristeza
–“Necesitaba a alguien que me abrazara, que me diera un beso y me dijera que no
había sido mi culpa, porque no fue culpa mía Luke, yo quería salvarla” –El olor
a pólvora quemada… El cadáver de su madre. El hombre besándola.
Lucas lo
abrazó –“Ya, Ray… Ya, tranquilo… Ambos cometimos errores, pero no es tarde para
arreglarlo ¿verdad?” -Le dio un cálido beso en la frente. Raine es un hombre
fuerte, y a pesar de que sentía angustia y alegría en el fondo de su corazón,
no lloró. Aunque deseaba hacerlo. –“Nunca es tarde para volver a comenzar,
hermano… Aunque pudiste haberme dicho esto antes… Las cosas se habrían
arreglado”
-“Ya te
lo dije” –Raine se reincorporó en su asiento –“No lo recordaba. Mi mente había
decidido esconder ese trauma en algún lugar lejano…” –Se pasó la mano por la
nariz congestionada.
-“De
acuerdo. Entiendo… ¿Me das la oportunidad de ser un buen hermano mayor?” –Raine
rió.
-“Más
vale tarde que nunca, Luke” –Le dio un par de palmadas fuertes en el hombro que
fueron bien correspondidas.
-“Ahora
dime…” –Continuó Lucas –“¿Qué estamos haciendo aquí?”
IX Un tesoro
Lucas empujaba la silla de ruedas
en medio de la pradera. Era una tarde cálida y despejada. Se podían oír las
vacas que pastaban tranquilamente en los fundos adyacentes. El viento
despeinaba la pálida cabellera del exteniente Raine. Éste extendió el brazo
para señalar, a la distancia, un roble imponente que se erguía en medio del
campo.
-“Ahí.
Es ahí.”
-“¿Ahí
están las cosas que escondió el niño fantasma?” –Preguntó Lucas. Su voz
destilaba incredulidad.
Al
llegar al tronco del árbol, Raine le entregó la pala que llevaba sobre las
piernas tullidas.
-“Justo
ahí.” – Dijo, señalando un punto específico en el suelo. Lucas clavó la
herramienta en la tierra y arrancó un buen trozo con hierba joven y raíces
fornidas.
-“Sé que
es difícil de creer Luke, pero es la única manera de deshacerme de él”
Lucas
continuó arrancando la tierra sumido en un silencio resentido.
-“¿Clara
sabe de esto? ¿Del niño? ¿De la misión que te encomendó?”
-“La
primera vez que lo vi, se me ocurrió decirle, pero ella no me creyó. Dijo que
me faltaba dormir… “
-“¿Y
crees que está equivocada?” –Otro montón de tierra emergió y fue caer al lado.
La pala, nuevamente se clavó en el suelo.
-“No lo
sé… Honestamente, creo que estoy en mis facultades para determinar qué es real
y qué no lo es.”
-“Estoy
de acuerdo con Clara. Has pasado por algo muy duro, deberías… Recurrir a ayuda
profesional.” –La pala chocó contra algo que yacía enterrado. Un golpe sordo,
casi metálico. Ambos compartieron una mirada de sorpresa. Lucas tiró la pala a
un lado y se puso en cuclillas para desenterrar una lonchera oxidada y sucia.
La limpió un poco con sus manos antes de entregársela a su hermano.
-“¿Qué
opinas ahora?”- Le preguntó Raine –“Nunca había estado aquí, ¿cómo explicas que
sabía exactamente dónde encontrarla?”
Lucas se
cruzó de brazos y apretó los labios –“Yo… Mira Ray, no quiero parecer poco
comprensivo, pero honestamente, esto no prueba nada…”
-“¿Crees
que pude haberla enterrado yo?” –Le quitó un par de pequeños seguros a la
lonchera y la abrió revelando su contenido. Un anillo de plata y una carta escrita
a mano con lápiz tinta.
-“Luego
del accidente olvidaste varias cosas que te habían sucedido… Quizás enterraste
esto y ahora una parte de tu subconsciente sabe dónde está”
-“Es
triste, pero tu argumento es válido. ¿Cómo esperas que te pruebe algo que no
puedes tocar, ni ver? Olvida la objetividad, hermano. En este preciso momento
lo único que necesito es que tengas fe en mi palabra, y en lo que estoy
haciendo. Y si decides finalmente no creer en mí, estará bien. Pero no me dejes
a mi suerte ahora.”
-“Pero
Rayne, ¿por qué esto es tan importante para ti?”
-“Porque
necesito deshacerme de ese niño Luke. Estoy desesperado, me está volviendo
loco. Viene y va siempre, está por todas partes y en ningún lado. Si tú crees
en mí, al menos sentiré que no soy el único loco por aquí.”
Lucas
miró al cielo y suspiró.
-“Está
bien. Digamos que estás en lo cierto ¿vas a abrir esa carta?”
-“No. No
está dirigida a mí, debo entregársela a una muchacha… junto con el anillo.”
-“Vale”
–Lucas ni siquiera intentaba fingir que creía en las palabras de su hermano
–“¿Y dónde está esa muchacha?”
-“En
Nospark.” –Dijo Raine, rápido y seguro. Como un disparo a quemarropa.
-“¡Eso
queda a cientos de kilómetros! ¿Estás loco?”
-“Estemos
locos Luke, ayúdame con esto.”
-“¡Raine!
Este no eres tú, demonios. Siempre
fuiste analítico, poniendo la lógica ante todo, ¿qué es lo que te cambió?”
-“Lucas.
La lógica no lo es todo, debes dejar de pensar como todo el mundo. El universo,
lo que te rodea es más de lo que pueden apreciar tus sentidos. ¿Qué sentirías
en medio de espacio? ¿Cómo te sentirías en medio del vacío?”
-“Pues
tendría frío, y moriría. Porque soy un ser humano, igual que tú”
-“Imagina
un alma” –Dijo Raine.
-“¿Qué?
¿De qué demonios estás hablando?”
-“¿Tienes
alma, Lucas?
-“Pues…
No sé. No lo sé, yo creo que sí, ¿qué te pasa?”
-“Anaxágoras
murió por defender la idea de que el sol no era un Dios, y que la luna
reflejaba su luz. Acabó en la cárcel. ¿El sol es un Dios para ti?”
-“No…”
–Lucas se había quedado sin palabras.
-“Copérnico
defendió que la tierra giraba alrededor del sol. Lo creían loco. Galileo
Galilei defendió la misma teoría, y fue perseguido por la santa inquisición. ¿Se
equivocaban?”
-“No.”
-“Giordano
Bruno fue encerrado y acusado de herejía por asegurar que el universo era infinito,
y que existían más sistemas solares que el nuestro. Ahora sabemos que es
cierto.”
-“Ya
entendí, Raine…”
-“Charles
Darwin fue perseguido por la iglesia durante más de un año a causa de sus
teorías.”
-“Ya…”
-“¿Estamos
en condiciones de asegurar que algo no existe? Podemos probar la existencia de
algo, pero nunca vas a poder probar que estoy equivocado. Puedes meter tu nariz
en lo más profundo de tu ciencia, pero no encontrarás nada hasta que alguien
encuentre la manera de demostrar lo que yo te estoy diciendo de una manera
empírica. ¿Y luego qué? La historia de la ciencia está escrita sobre cadáveres
de mártires locos.”
-“Escucha…
Iremos donde esa muchacha, y le entregaremos tus cosas. Luego de eso, no vuelve
a tocarse el tema. ¿Qué le dirás a Clara?”
-“Le
diré que vamos a pescar” –Raine tenía una mirada diferente. Algo había cambiado
en él.
Lucas
recogió la pala y la azotó contra el roble para quitarle la tierra que tenía
pegada. Luego se la pasó a su hermano. Volvió a empujar la silla en dirección contraria
al roble.
-“Vaya
memoria tienes para recordar todos esos nombres, no recordaba que fueras tan
asiduo a la historia, o a ciencias”
Raine no
respondió. Él nunca había oído la mayoría de los nombres que salieron de sus
labios. ¿Cómo supo todo eso? Se sentía cansado, y sus sienes burbujeaban. Era
una experiencia bastante curiosa.
Su
hermano lo empujaba en dirección al fiat. Era una tarde hermosa, despejada y
tranquila.
X Reencuentro
Clara
entró a la habitación con una caja de herramientas de pesca entre los brazos.
Raine se encontraba sentado en el sofá mirando la televisión.
-“¿Necesitas
algo más? La caña de pescar, las herramientas, ¿dónde tienes los anzuelos?”
-“Están
en la caja de herramientas, amor” –Le hizo una señal para que se acercara, y ella
avanzó hacia él y se puso a su altura para darle un beso.
-“Me
alegro mucho que todo se haya arreglado entre tu hermano y tú. Siempre pensé
que era una carga que llevabas sobre tus hombros.”
-“Tienes
razón. Me hizo bastante bien tener esa charla con él. Había muchas cosas que
nos hacía falta compartir.”
-“Me lo
imagino” –Ella le sonrió. Se oyó el motor de un vehículo estacionándose frente
a la casa. –“Debe ser Lucas, iré a abrir.” –Un beso más, y se dirigió a la
puerta.
Lucas
subió los artículos de pesca al fiat, y Clara empujó a Raine hasta el auto.
-“Gracias,
querida” –Dijo luego de estar bien sentado en el puesto del copiloto. Clara lo
había ayudado a subir.
-“Espero
que les vaya genial. Ten mucho cuidado ¿vale?” –Un beso de despedida. Luego
agitó la mano en dirección a Raine –“Cuídate también. Mucha suerte”
El fiat
emprendió la marcha. Raine observaba a su mujer alejarse por el espejo
retrovisor.
-“No se
creyó nada ¿no?” –Preguntó Lucas con una sonrisa pícara en el rostro.
-“Ni una
palabra” –Dijo Raine devolviendo la sonrisa.
-“¿Qué
le dirás?”
-“Probablemente
nunca pregunte, pero no se imagina lo que realmente vamos a hacer.” –Raine bajó
la ventanilla y la brisa del viento acarició sus canas.
_
El viaje
fue largo. Lucas tenía un par de discos de Cat Stevens y John Denver, que
cantaron en conjunto cuando Raine no iba durmiendo.
Lucas
zarandeó el hombro de su hermano para sacarlo del sueño.
-“Despierta,
hemos llegado. ¿Ahora qué? ¿Hacia dónde?”
A Raine
no le tomó más de treinta segundos reponerse y precisar hacia dónde debían
dirigirse.
-“Por
acá, a la izquierda” –Dijo señalando con el dedo.
-“Aún no
me acostumbro a esto, es escalofriante” –Comentó su hermano mientras viraba en
la dirección indicada.
Nospark
era una ciudad bastante grande, y bien habitada. Tenía un par de rascacielos,
pero la cantidad de tiendas que podían encontrarse caminando por sus calles la
hacían una ciudad importante. Al menos lo suficiente para aparecer en la
mayoría de los mapas. Bajo las indicaciones de Raine, el fiat rojo avanzó entre
las calles, virando hacia un lado y luego hacia otro. Lucas no estaba muy
confiado, pero le impactaba la seguridad con la que su hermano le indicaba la
dirección.
-“Alto.
Es aquí, aquella casa blanca” –A unos metros se erguía una casa humilde. Sin
duda era blanca, aunque la pintura llevara años descascarándose. Las tejuelas
tenían un tono ladrillo opaco y desgastado. Parecía un sitio abandonado, con
grandes arbustos en el jardín y malezas que llevaban mucho tiempo echando
raíces.
-“¿Estás
seguro?”
-“Sí”
–Dijo Raine mientras abría la puerta. –“Ayúdame por favor”
Lucas
bajó del auto y sacó la silla de ruedas de la cajuela. La desplegó, y la dejó
junto a la puerta donde se encontraba Raine, quien con un poco de esfuerzo
logró acomodarse sobre ella.
Tocaron
el timbre tres veces, pero no parecía funcionar. Así que tocaron la puerta. Se
oyeron unos pasos al interior, y alguien abrió la puerta. Una muchacha
demacrada, de veinte y tantos con una polera larga que la cubría hasta por
sobre las rodillas y unos pantalones que le quedaban muy holgados se encontraba
ante ellos. Los examinó con la mirada.
-“¿Sí?
¿Puedo ayudarlos?”
-“Buscamos
a la señorita Jessica Quinman”
-“Sí,
soy yo ¿qué quieren?”
-“Puede
que esto le parezca extraño, pero tenemos algo para usted…” –Raine le ofreció
la pequeña caja metálica. La muchacha la tomó con ambas manos, y se veía
confundida.
-“¿Y
esto qué es?” –Dijo mientras la abría.
-“Su
contenido le dirá más de lo que cualquiera de nosotros sería capaz de decirle.”
–Jessica asintió incrédula y sacó el anillo. Lo examinó y su rostro se puso
pálido.
-“¿De
dónde sacaron esto? ¿Quiénes son ustedes?”
-“Mi nombre
es Raine, él es mi hermano. Quizás le suene extraño, pero Cristian me pidió que
se lo entregara.”
-“¿Cuándo?”
–Preguntó con su mirada curiosa sobre Raine.
-“Hace
unas semanas…” –Dijo.
-“No
puedo creerlo” –Dijo la chica. En su rostro se dibujó una amplia
sonrisa–“Pasen, por favor.”
El
interior de la casa no era más lindo que la fachada de calle. Todo estaba
excesivamente desordenado, y las paredes estabas cubiertas de fotos y recortes
de periódicos. La muchacha los guio por un pasillo largo y oscuro que crujía
por cada metro que avanzaba la silla de ruedas. Llegaron a una sala de estar
algo pequeña, cuyo techo daba la impresión que se desmoronaría en cualquier
minuto. Sobre la mesa central se encontraba una tabla cubierta de letras, una
ouija. La muchacha sacó a dos gatos gordos y perezosos que descansaban sobre el
sofá y le ofreció el asiento a Lucas, quien sonrió como quien no quisiera estar
ahí mientras acomodaba sus nalgas sobre un cojín pútrido y cubierto de pelos de
gato. Jessica también se sentó muy cerca de ellos y los observó muy ansiosa.
-“¿Con
quién de ustedes habló?”
Lucas
miró a Raine, y éste a su vez miró a la muchacha.
-“Yo… Yo
hablé con él. Sé que puede sonar extraño, pero…”
-“¿Extraño?
¡Para nada! Es fascinante, llevo mucho tiempo intentando hacer lo que tú
hiciste, ¿cómo fue? ¿Lo viste?”
Raine
comenzó a sentirse incómodo.
-“Sí.”
–Respondió Raine. Le dirigió una mirada de soslayo a su hermano, pero Lucas
parecía más incómodo que él cuando un gato intentaba subirse a su regazo.
-“No
puedo creerlo, entonces tienes el poder de contactarte con él. ¿Puedes
hablarle? ¿Está aquí ahora?”
Raine
examinó la habitación con la mirada, pero no había rastros del niño. La
muchacha se veía tan ilusionada de poder comunicarse con él, que a Raine no le
quedó otra opción que mentirle.
-“Sí,
aquí está. Él… Te está escuchando”
-“¿Y qué
dice? ¿Dice algo? ¿Puedes oírlo?”
-“Dice
que...” –Raine se frotó el mentón –“…dice que leas la carta que viene dentro de
la caja”
-“Sí,
ahora.” -Dijo con un par de enormes ojos llorosos mientras sacaba una hoja de
papel del interior de un sobre amarillento.
Mientras
Jessica leía la carta Raine comenzó a examinar con más detalle la pieza. Tenía
ropa sucia por todas partes, y varias velas consumidas casi por completo. En la
entrada de la habitación había cuatro atrapa-sueños de distintos colores y
tamaños. Las noticias en la pared estaban, en su mayor parte, relacionadas con
apariciones paranormales de niños en distintos lugares. Noticias de su padre,
que al parecer todavía estaba tras las rejas. La lectura de Raine se vió
interrumpida por un estallido de llanto. Jessica comenzó a sollozar mientras
leía la carta. Sin embargo, nunca supo qué decía la carta, porque en ese
preciso momento Cristian apareció frente a ella. Esta vez estaba cubierto de un
haz de luz y ya no proyectaba una sensación de ahogo y tristeza, sino de dicha
y calma. El niño acaricio el rostro de Jessica y secó sus lágrimas. Le sonrió a
Raine y asintió con la cabeza en signo de agradecimiento. Una luz cálida y
brillante impregnó cada esquina de la casa, y Cristian, riendo y con los brazos
abiertos, se desvaneció por completo.
Repentinamente
entre los haces de luz que entraban por la ventana Raine logró identificar una
silueta. Una persona joven de veinte y tantos años se acercaba a él. Sobre esa
silla de ruedas.
-“Es un
placer verlo otra vez, teniente. Lamento molestarlo, pero mis amigos y yo
realmente necesitamos hablar con su consciencia por un rato.”
Raine
estaba paralizado, no entendía nada y era esa la confusión que se manifestaba
en su gesto.
-“¿Benedict?”
–Balbuceó.