sábado, 2 de agosto de 2014

Parte II

Parte II

VI Una sonrisa al pasado
            Cuando falleció, Cristian tenía doce años. Estaba enamorado de Jessica Quinman, la muchacha que toda la escuela envidiaba o deseaba. Él estaba entrando en la pubertad y era normal que comenzara a sentir cosas por una chica. No tenía problemas de personalidad; tenía un buen desplante con cualquiera, excepto con Jessica. Se ponía nervioso, no lograba articular palabras (y si lo lograba, no las unía correctamente), comenzaban a sudarle las manos… El muchacho se volvía un caos. Una tarde, después de clases, Cristian había olvidado su mochila en la escuela. Regresó al salón de clases, donde se encontró a una niña llorando. Era Jessica. Llevaba un chaleco blanco que le cubría los brazos.
-“¿Estás bien?” –Preguntó Cristian  acercándose a ella. La niña lloraba desconsolada…  -“Todos se fueron ¿por qué no vas a casa?” –Ella no contestó, solo se limitaba a sollozar. Sus lágrimas empapaban el chaleco blanco. –“No entiendo por qué lloras. Eres muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie podría desear” –Sus palabras brotaron de su boca como una canción, sin titubeos, sin dudas… Ella lo observó, en parte encantada, y en parte sorprendida.
-“Eso es… muy lindo” –Le dijo secando sus lágrimas. Tenía el rostro congestionado, pero Cristian pensó que se veía hermosa. –“¿De dónde has sacado esa oración?”
-“Me la he… i-inventado” –Sus palabras volvían a atropellarse al hablar con ella. Era más fácil hablarle fluido cuando se estaba tapando esos enormes ojos coquetos con el antebrazo.
No recuerda de dónde obtuvo facundia para invitarla a un helado después de esta conversación, pero de alguna manera acabaron riendo y disfrutando un helado artesanal como viejos amigos que no se encontraban hace mucho tiempo.
-“¿Quieres saber por qué estaba llorando?” –Preguntó ella llevándose el cono a la boca.
-“No importa si no quieres contarme” –Cristian ya no sentía nervios al estar con ella, pero actuaba diferente, él lo sabía, estaba enamorado.
-“Los niños son curiosos, sé que quieres saber… No es gran cosa. Discutí con mi papá” –Él había discutido con su padre varias veces. En ocasiones lloraba también, pero Jessica le gustaba mucho, y no quería que tuviera la imagen de un niño llorón.
Jessica le comentó que las discusiones que ella tenía con su padre eran distintas a las que las niñas comúnmente tenían con sus papás. Él la maltrataba mucho, y la obligaba a llevar encima esos horribles chalecos blancos de mangas largas para cubrir sus moretones.
Un día Cristian fue su casa. Estaban juntos, viendo una película. Ninguno ponía atención a la pantalla, ya que estaban muy distraídos el uno con el otro. Ella lo miraba de reojo, y él fingía no darse cuenta. El juego se repetía, y pasaban muchos minutos así. Ella le tomó la mano, quizás él tomó la mano de ella, o quizás sus manos se unieron por una linda casualidad. No importa. Estaban dándose la mano. Él la observó, sus enormes ojos verdes, sus pómulos rosáceos, su sonrisa inocente… Su aroma dulce se fusionó con un aroma agrio. Sus moretones en los brazos. El aroma agrio. Su rostro impregnado de miedo. El aroma agrio. Alcohol. Vino barato. Ella soltando su mano, gritando. Volvía a llorar. 
No entiendo por qué lloras. Eres muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie podría desear
Las palabras aparecieron en su mente. Lo había oído en una teleserie. Lo había memorizado. Había practicado frente al espejo durante semanas.
El padre de Jessica estaba detrás de él. Lo agarró con fuerza del brazo, hincándole las uñas. Aroma agrio. Lo lanzó contra la pared.
-“¡PAPÁ! ¡PARA!”
Jamás nadie golpeó a Cristian. No tenía enemigos. Su familia le brindaba amor y cuidado. Así que no supo que se le rompieron dos costillas cuando el señor Quinman le dio una patada mientras estaba en el suelo. Solo sabía que no había conocido el dolor hasta ese momento. El hombre lo agarró del cuello, estrangulándolo. Cristian sentía que la cabeza le palpitaba. En su último aliento de furia borracha lo lanzó contra la televisión. Al golpearse contra el aparato, éste tambaleó un par de veces y cayó sobre. Como la mayoría de las muertes que no aparecen en los noticieros, ésta pasó inadvertida.
Habían pasado ocho años desde ese incidente y Cristian ni siquiera lo había notado. De vez en cuando visitaba a Jessica, pero ella ya no le hablaba. Solo estaba preocupada de meterse drogas y tomar cualquier mierda barata. ¿Quién puede culparla? Sola, con su único familiar tras las rejas por el cargo de homicidio, cualquiera habría caído en el vicio.
Cristian estaba acostumbrado a que nadie notara su presencia, pero ese día fue especial. Estaba en la esquina de la casa en donde había discutido con el padre de Jessica por última vez cuando pasó un vehículo. Una mujer iba conduciendo y un hombre iba de copiloto. Raine lo miró a los ojos a través del cristal del automóvil.
En ocho años nadie lo había mirado a los ojos.

VII El niño
-“¿Todo bien?” –Preguntó Clara con ambas manos sobre el volante.
-“…Sí… No es nada, necesito dormir más. He dormido tan poco, que la primera sesión de ejercicios me ha dejado agotado.” –Prefirió decirle eso a “acabo de ver a un niño que lleva muerto más de ocho años observándome en una esquina”.
-“Eso es bueno” –Le sonrió –“Estás tan cansado que por fin podrás dormir esta noche”. –Ella parecía más aliviada que él. No había logrado descansar nada intentando consolarlo hasta altas horas de la madrugada.
El vehículo aparcó afuera de la casa. Clara bajó la silla de ruedas y la desplegó. Ayudó a Raine a subirse, y una vez ahí le dejó un par de bolsas en el regazo. Ella creía que él no se sentiría tan inútil. Él sabía que ella pensaba de esa manera, y se sentía como un carro de compras, pero prefería quedarse callado. Ella lo empujó hasta llegar a la cocina, le quitó las bolsas de las piernas y las dejó sobre la mesa.
-“¿Qué estás pensando?” –Preguntó Clara al ver que Raine llevaba un buen rato absorto en sus pensamientos.
-“En mis cosas. ¿Dónde están mis cosas? Las que tenía antes del coma.” –Raine, al despertar tenía un teléfono nuevo, y no había visto un documento oficial del departamento en toda la semana que llevaba lúcido. Clara, siguiendo órdenes estrictas del doctor, alejó cualquier cosa que pudiera traerle recuerdos de su “accidente”.
-“El doctor dijo que era mejor que te adaptaras al presente. Que muchas veces los sucesos difíciles como los que viviste tú podían regresar muy fácilmente y dejar secuelas mayores.” –Respondió mientras ordenaba las compras. Raine sabía que no era una buena idea discutir con su mujer respecto al tema.
-“Sucede que hoy vi a un muchacho… ¿recuerdas el caso Quinman? ¿El del tipo borracho que liquidó a un niño?”
-“Cariño, no deberías pensar en eso. Es cosa del pasado, solucionaste el caso, déjalo ya. Intenta relajarte, tienes licencia por varias semanas, deberías aprovecharlas saliendo más.”
-“…La cosa es que vi al muchacho. Hoy, mientras íbamos en el auto.” –Clara suspiró.
-“No has dormido bien hace días. Obviamente no está todo en orden en tu sistema nervioso, además hay muchos niños, pudiste haberlo confundido.” –Continuó ordenando la comida en la alacena.
-“Tienes razón” –Dijo. Pero no lo creía. –“Será mejor que vaya a descansar… Estoy agotado después de la sesión de ejercicios”
-“¡Y vaya que gran sesión! ¿Eh? Estoy muy segura que la próxima semana podrás levantar más peso.” –Cuando Clara se giró, Raine se había ido.
Raine estaba tendido sobre su cama. Examinaba la silla de ruedas a su lado y evitaba imaginar un futuro sin piernas. Clara entró en la habitación, se veía radiante. Le dio un cálido beso en la frente y se marchó al trabajo. Raine había estado en coma casi un año completo. Había conversado mucho con Clara, y se le hacía muy difícil actualizarse en cuanto a todo lo que había sucedido en esos meses. Lentamente se ponía al día de qué pasó con los tios y primos. La madre de Clara había fallecido en ese periodo, y tuvo que haber sido muy difícil para ella lidiar con su pérdida teniendo a su marido en la cuerda floja.
Escuchó a su esposa cerrar la puerta, y arrancar el auto. A través de la ventana vio al vehículo alejarse por la calle, y vio también a Cristian observándolo con una gran sonrisa desde el otro lado de la calle. Cuando quiso percatarse, se dio cuenta que no estaba ahí.
Eran las cinco de la tarde, pero en su sueño ya era de noche. El niño lo miraba a los pies de su cama con una sonrisa muy plácida.
-“¿Por qué estás feliz?” –Le preguntó Raine.
-“Porque encontré la esperanza que necesitaba, señor” – Le respondió.
Ayúdalo Raine
Una voz pasó por su cabeza… Era una voz familiar, pero no lograba recordar a quién pertenecía.
-“¿Y qué necesitas que haga por ti?” –Preguntó. Se dio cuenta que podía mover las piernas, y se paró junto a la cama, cada vez más cerca del niño.
-“Me dijo que te dé mi último recuerdo, y mi último deseo. Nada más. Dijo que tú sabrías qué hacer con él.”
-“¿Quién te dijo eso pequeño?”
-“Un amigo. Tuyo y mío.”
-“¿Y tiene nombre?”
-“Él sabía que preguntarías eso… No tiene nombre, pero dijo que no lo entenderías hasta que hablaras directamente con él”
Raine se observó a sí mismo durmiendo sobre la cama. El muchacho se acercó a él y una luz muy brillante apareció dentro de su corazón.
-“Mi último deseo, y mi último recuerdo… Espero que sirva de algo…”
Una pequeña llama, idéntica a las que había soñado hace un tiempo, se dibujó en el pecho del niño. Éste la cogió con ambas manos y con sumo cuidado. Lentamente acercó la llama al pecho de Raine, hasta que todo se oscureció.
Tranquilo, todo está en orden. Ayuda al niño.
La voz se abrió paso a través de la oscuridad. Emergió un aroma… Un aroma agrio. Un golpe. Una niña inocente que se pudrió por culpa de una vida cruel. El cadáver del niño, cuya cabeza se encontraba bajo la televisión. Una promesa de amor inocente. Una carta y un anillo dentro de una caja de metal, enterrada varios centímetros bajo tierra.
Solo dale la carta.
Al despertar, Raine sabía exactamente donde se encontraba esa carta. A su lado estaba Clara, durmiendo plácidamente. Una parte de él sabía que el niño seguía ahí, porque sentía un cosquilleo extraño en la nuca y cada vez que exhalaba podía ver el vaho que emanaba su boca. Estaba asustado.
-“…De acuerdo…” –Susurró. Las palabras apenas salieron de sus labios.
Una brisa helada recorrió la habitación. Una caricia invernal. Y en ese momento Raine supo que se encontraba sólo. A su lado estaba Clara, durmiendo plácidamente.

VII Reencuentro con el pasado
            Iban a cumplir diez minutos mirándose las caras e intercambiando sonrisas estúpidas. Ese tipo de sonrisa que le das a una persona cuando no hay ningún tema en común, pero no hay ningún motivo para largarte de ahí. Estaban sentados en la sala de estar. Su hermano mayor había ido de visita, se encontraba muy preocupado por Raine después del año difícil que había tenido.
-“Y ¿cómo fue? ¿Qué te pasó?” –Dijo después de un largo rato.
-“Honestamente no lo recuerdo… Tampoco es que alguien quiera contarme, dicen que puede ser malo para la salud” –Agitó el vaso que tenía en la mano y observó como el hielo resbalaba en el interior.
-“Pero… ¿tienes alguna idea? ¿Se te ocurre algo?” –
-“Quizás me atropellaron, o recibí una bala en la columna… A decir verdad no recuerdo mucho de lo que sucedió antes de despertar del coma…” –Bebió un largo sorbo. Habría deseado que fuera ron, pero Clara tenía estrictamente prohibido el alcohol mientras estuviera convaleciente.
Antes de encontrarse con el niño a los pies de su cama, Raine dormía dos o tres horas, despertándose cada veinte o treinta minutos. Cuando comenzaba a caer en un sueño profundo, los terrores nocturnos del recuerdo de su padre le venían a la mente, y escuchaba una voz grave, profunda que surgía desde el lugar más alejado de su mente. Era entonces cuando despertaba empapado en sudor. Luego de eso observaba a su esposa hasta que el sueño lo vencía, nuevamente.
El silencio había envuelto a los dos hermanos por segunda vez. Se miraban las caras, se sonreían, e intentaban fijar su atención en las cosas que los rodeaban. Raine observó la mesa. Era de vidrio, y sobre ella tenía dos posavasos con el logo del departamento de policías. Al lado del posavasos había una gota derramada. La luz de la ventana se refractaba en su interior, y se veía brillante. Sin embargo, a pesar de intentar concentrar su atención en la mesa, podía ver a Cristian sentado junto a su hermano. Hace dos noches que había tenido esa extraña conversación, y a pesar de lo que Raine había deseado creer, no fue un sueño.
-“Bueno chicos, tengo clase de yoga ahora, así que voy saliendo ¿Necesitan algo?” –Clara se asomó por la puerta de cocina.
-“Un poco de cerveza vendría bien” –Dijo Lucas sonriente levantando su vaso de agua medio vacío. Clara rió. Raine intentó hacerlo. Su sonrisa fue tan forzada que tanto su esposa como su hermano se vieron incomodados y cruzaron miradas de apretura.
-“Bueno, entonces… Bueno, me llaman entonces si se les ocurre algo…” –Clara se despidió y salió por la puerta principal.
El silencio llegó por tercera vez.
-“Yo sé…” –Dijo Lucas –“Que no he sido el mejor hermano del mundo, Ray… Pero tienes que entender, después de lo que le pasó a… De lo que sucedió en general, no esperarás que lo supere de la noche a la mañana…” –Raine estaba absorto en la mesa. No era de la noche a la mañana, habían pasado más de cuarenta años. Miraba la gota. La gota que refractaba la luz. La luz que entraba por la ventana. El niño. Cristian.  –“¿Estás bien? Te ves pálido…”
Las manos de Raine comenzaron a temblar. Falta de sueño. El día anterior había vomitado todo lo que consumía. Estaba pálido, y se así se sentía. –“No… Lo siento. Voy al baño.” –Impulsó la silla de ruedas con sus manos. Lucas se levantó.
-“Déjame ayudarte” –
-“No, Lucas, no es necesario…” –Su hermano comenzó a empujar la silla por el respaldo, peor Raine ejercía freno con sus brazos para que no avanzara. –“Lucas, no es necesario”
Lucas lo soltó. –“Está bien, no quise molestar” –No hubo respuesta. Raine salió de la habitación en dirección al baño, y él se quedó con el muchacho.
El baño se encontraba en el primero piso. Estaba frio, más que de costumbre. Desde que había despertado, Raine no había utilizado este baño. La puerta no era lo suficientemente ancha para que la silla pudiera pasar por ella. El baño del segundo piso tenía pasamanos, una entrada más ancha, y todos los implementos que necesitaba para cagar sin sentirse un fenómeno. Aquí no tenía nada de eso, pero le sobraba orgullo. Se dejó caer sobre las frías baldosas de cerámica. Tirado en el suelo, cerró la puerta por dentro. Con seguro. Llevaba unos pantalones deportivos, y una camisa blanca de manga corta. Sus antebrazos se entumecían mientras se arrastraba hacia el inodoro.
 El niño estaba a su lado. No lo había visto, pero lo sabía.
Logró alcanzar el retrete y tardó casi diez minutos en sentarse sobre él. El agrio olor a alcohol comenzó a impregnarle la nariz.
-“¡PAPÁ! ¡DETENTE!”
Intentó bajarse los pantalones. Inmensamente difícil de hacer cuando la mitad de tu cuerpo es un peso muerto. “Como quitarle el pantalón a un cadáver” pensó. Estaba ahí, pero sabía que lo miraban. O creía que lo miraban. Lo miraban. Detrás de la cortina de baño, una silueta recortaba la figura de un muchacho de doce años. Intentó correr la cortina, pero no lograba alcanzarla. Si sus piernas funcionaran habría sido más fácil, pero estaba atrapado sobre el váter. Cuando logró alcanzar la cortina con la punta de sus dedos, se las arregló para agarrarla con la mano. La silueta se dibujaba detrás de la cortina. Tiró de ella, y ésta cayó lentamente sobre el suelo. No había nada, solo una tina de baño vacía.
Habían pasado más de veinte minutos y Raine seguía sobre el váter con los pantalones a la altura de las canillas. No quería salir, porque eso significaría enfrentar problemas sin solución. Su hermano lo abandonó cuando él tenía ocho años. No dejaron de vivir juntos, pero Lucas dejó de reconocerlo como su hermano. Cuando él cumplió la mayoría de edad salió a enfrentar al mundo, y el hermano mayor se quedó solo. Raine tuvo que vivir una infancia solitaria. Cuando graduó en la escuela de policías Lucas fue a la ceremonia solo para contarle sobre la muerte de su padre. Luego se reencontraron un par de veces más, pero su hermano siempre lo miraba de la misma manera. Acusándolo por haber disparado a su madre. De una vida de mierda, con un padre borracho, en un departamento de cinco metros cuadrados, donde no había comida porque la prioridad era la borrachera de papá, el único rayo de luz que existía en sus vidas era su madre. Siempre cálida, cariñosa, protectora. Tan protectora que cuando el cañón del revolver Smith & Wesson se clavaba en la frente de su padre, ella los descubrió y salió del baño hecha una furia, lanzándose contra el arma. Su padre la detuvo apretándole la muñeca tan fuerte que Raine aún podía oír los carpos dislocándose. El niño estaba con los bracitos extendidos, mirando a sus padres revolcarse en el suelo. Veía los golpes certeros de su padre rompiéndole la cara a mamá. Ella arañando con dedos cubiertos de sangre intentando quitárselo de encima.
Él se giró y lo miró a los ojos. Esa mirada... Raine había conocido psicópatas homicidas, rateros de poca monta y traficantes. Había visto a los ojos a la peor mierda que existe en la sociedad, pero nunca pudo dar con una mirada como esa. Vacía, llena de odio, de tristeza, de miedo. En ese minuto realmente sintió que era su deber halar del gatillo y acabar con la tristeza de esa criatura que alguna vez fue su padre. Podía oír la congestionada respiración de su madre debido a la nariz destrozada.
-“Dispara hijo, salva a tu madre” –
Su dedo caviló sobre el gatillo, pero no fue capaz de hacerlo.
Ella aprovechó la distracción para clavar sus uñas en el cuello de su esposo, atravesando piel y músculo. Sus largas y bien cuidadas uñas se deslizaron por la carne como un cuchillo sobre mantequilla caliente, pero él se defendió clavándole un lápiz que tenía a mano entre las costillas. Forcejearon ante los ojos de Raine, y se revolcaban como cerdos en un matadero, cubiertos de sangre. La escena que había intentado olvidar cobraba vida una vez más en su mente, pintándose con trazos gruesos de sangre y miedo.
Estaba aterrado, quería salvar a la luz de su desgraciada vida.
 Disparó.
 El sonido sordo de la muerte irrumpió en todo el edificio. Raine sabe disparar muy bien, pero en ese entonces nunca había disparado. Él dice que “la suerte de principiante no existe”, porque él no la tuvo esa primera vez. El tiro en la cabeza fue tan certero que parecía hecho por un tirador profesional a treinta centímetros de su víctima. Si la hubiera matado antes, no habría sufrido. Si le hubiera volado la tapa de los sesos a ese viejo de mierda rastrero, nada habría salido mal.
El pequeño Raine se quedó ahí, en medio de la habitación. Su madre con un agujero en la sien que emanaba más sangre de la que había repartida por el suelo. Una lapicera se encontraba entre sus costillas, rozando su pecho izquierdo. Su padre a menos de medio metro, tirado de espaldas, se cubría la herida del cuello con la mano mientras lo miraba. La mirada de miedo, de odio, de desesperación…  Raine observó el cañón del arma por el que evacuaba el humo del disparo. Sus manos temblaron hasta que el arma cayó al suelo como si buscara alejarse de él.
Su padre caviló un rato. Probablemente se le quitó la borrachera. Se arrastró sobre la sangre desparramada en el suelo hasta llegar al cadáver de su esposa, la estrechó entre sus brazos y comenzó a besarle la cara mientras acariciaba su cabello a la vez que lo teñía de rojo. Ella, con la mirada perdida y un hilo de sangre en la sien no podía quitárselo de encima.
Pasaron varios minutos sin que cambiara la escena. Raine no se había dado cuenta que estaba en posición fetal observando a su padre abrazando a un cadáver. No escuchó los golpes en la puerta hasta que la rompieron con una patada. Los vecinos intentaban entrar pero quedaban paralizados en el umbral en cuanto veían la escena. El muchacho en posición fetal con el arma asesina entre las piernas, el hombre arrepentido abrazando a un cadáver…
Cuatro golpes en la puerta. Uno tras otro. La voz de su hermano preguntando por él. Sobre el inodoro. El pantalón a la altura de las canillas. La cortina de baño en el suelo. El niño esperando en algún rincón del baño.

VIII La promesa
La mañana de sábado cubría las verdes praderas que Raine podía apreciar a través de la ventana. El pequeño fiat rojo los había transportado más de diez kilómetros, y no lograba congeniar con los caminos de tierra.
-“Gracias por acompañarme, Lucas… No tenías por qué molestarte” –Dijo Raine mirando a través de la ventana. A su lado iba conduciendo su hermano, que pesar de ser cinco años mayor que él se veía mucho más joven. El tiempo le había plateado las sienes, pero su cabello (aunque más escaso) seguía teniendo el brillo cobrizo de sus años mozos.
-“No hay problema Ray… Aunque aún no me dices qué venimos a hacer”
-“Vamos a buscar algo, eso es todo.” –Raine no tenía ni la menor idea de qué era lo que buscaba, pero sabía exactamente dónde encontrarlo.
-“Raine…” –Continuó su hermano –“¿Qué pasó ayer? Estuviste encerrado en el baño casi una hora, y cuando toqué para ver si estabas bien no contestabas, casi tiro la puerta abajo… Creo que merezco una explicación” –Lucas lo miró como esperando una respuesta, pero solo obtuvo un suspiro de vuelta.
-“Por aquí, toma a la derecha” –Dijo señalando el camino que se bifurcaba como una lengua bífida.
-“Y hoy a las nueve de la mañana me llamas para decirme que necesitas a alguien te haga compañía. Para salir a buscar algo importante…” –Raine continuaba desviando su atención con las verdes praderas que se proyectaban en la ventana. El vehículo comenzó a detenerse y Lucas lo estacionó a un lado del camino. –“Hasta aquí llegamos.” –Dijo molesto –“No pienso avanzar ni un metro más sin saber qué mierda te pasa. Explícame todo, o nos regresamos y no volvemos. No me hagas arrepentirme de querer reencontrarme contigo, Raine.”
-“¿Y qué quieres que te explique?” –Raine se rascó la mejilla con desinterés.
-“Todo Ray, y mírame a los ojos para hablar” –Raine se giró hacia él. Tenía una mirada seria, como un niño haciendo rabietas. Un niño de cincuenta años que había asesinado a su madre.
-“¿Por qué te fuiste a los dieciocho?” –Dijo finalmente. Sin parpadear. Sin respirar siquiera, esperando una respuesta. Sentía como la pena, el miedo y la ira copulaban en su interior.
-“Tenía dieciocho, era mi deber marcharme… Nadie puede quedarse en un orfanato después de los dieciocho, ya tenía la edad para trabajar… Era lo que tenía que hacer.”
-“Pero ni siquiera te despediste. No volviste a hablarme después de…” –La mano de Raine se convirtió en un puño.
-“Lo sé, era un muchacho, no estaba seguro de lo que estaba haciendo. No supe como tomármelo…” –Lucas se encontró evitando la mirada de su hermano. Volvió a enfrentarla. –“No fue correcto haber reaccionado así… pero aun no entiendo por qué lo hiciste…”
-“No quise hacerlo, fue todo un mal entendido” –El tema era muy delicado, aunque Raine se sentía ansioso –“Yo… yo traté de defenderla, evitar que…le pasara algo”
-“¿Entonces por qué no me lo dijiste cuando nos encontramos…?”
Raine lo interrumpió, estaba fuera de sí –“¡Porque no lo recordaba! Entiende, por favor, tenía ocho años, para mí fue terrible haberle destapado los sesos…” –La mano de Lucas lo agarró del cuello de la camisa, muy amenazante.
-“No. No hables así. No hables de esa manera sobre ella. No tiene la culpa de que su cagada de hijo haya salido desequilibrado”
-“¿Perdón? ¿Desequilibrado? Tú, maldito perro, te fuiste y dejaste sólo a tu hermano menor cuando más te necesitaba… Tú, me dejaste cojo cuando quería apoyarme de alguien, porque jamás fuiste capaz de entender… Siempre fuiste tan terco… Te pintaste tu propia idea, y juraste que tenías la razón.”
-“¿Qué razones te iban  a llevar a matarla, imbécil? ¿Qué daño te hacía ella? Era lo único que hizo que nuestra infancia de mierda no fuera peor… ¡Hasta que tú la mataste, bastardo!”
La cabeza de Lucas golpeó el cristal con fuerza después de que Raine le atizara un buen golpe en la cara.
-“No vuelvas a decir eso ¿oíste?” –Antes de que su hermano pudiera reaccionar, Raine lo apresó del cuello y comenzó ahorcarlo –“Traté de matar a ese viejo de mierda mientras le daba como a una zorra en el suelo. Le desfiguró el rostro, y le clavó una pluma entre las costillas. Yo solo erré el tiro, tenía ocho años ¡tenía ocho años!” –Raine se vio a sí mismo en posición fetal –“Necesitaba a alguien en quién apoyarme” –El revolver en sus manos –“¡No podía perdonarme ese error!” –La mirada de su padre, ajena; llena de odio, miedo y tristeza –“Necesitaba a alguien que me abrazara, que me diera un beso y me dijera que no había sido mi culpa, porque no fue culpa mía Luke, yo quería salvarla” –El olor a pólvora quemada… El cadáver de su madre. El hombre besándola.
Lucas lo abrazó –“Ya, Ray… Ya, tranquilo… Ambos cometimos errores, pero no es tarde para arreglarlo ¿verdad?” -Le dio un cálido beso en la frente. Raine es un hombre fuerte, y a pesar de que sentía angustia y alegría en el fondo de su corazón, no lloró. Aunque deseaba hacerlo. –“Nunca es tarde para volver a comenzar, hermano… Aunque pudiste haberme dicho esto antes… Las cosas se habrían arreglado”
-“Ya te lo dije” –Raine se reincorporó en su asiento –“No lo recordaba. Mi mente había decidido esconder ese trauma en algún lugar lejano…” –Se pasó la mano por la nariz congestionada.
-“De acuerdo. Entiendo… ¿Me das la oportunidad de ser un buen hermano mayor?” –Raine rió.
-“Más vale tarde que nunca, Luke” –Le dio un par de palmadas fuertes en el hombro que fueron bien correspondidas.
-“Ahora dime…” –Continuó Lucas –“¿Qué estamos haciendo aquí?”



IX Un tesoro
            Lucas empujaba la silla de ruedas en medio de la pradera. Era una tarde cálida y despejada. Se podían oír las vacas que pastaban tranquilamente en los fundos adyacentes. El viento despeinaba la pálida cabellera del exteniente Raine. Éste extendió el brazo para señalar, a la distancia, un roble imponente que se erguía en medio del campo.
-“Ahí. Es ahí.”
-“¿Ahí están las cosas que escondió el niño fantasma?” –Preguntó Lucas. Su voz destilaba incredulidad.
Al llegar al tronco del árbol, Raine le entregó la pala que llevaba sobre las piernas tullidas.
-“Justo ahí.” – Dijo, señalando un punto específico en el suelo. Lucas clavó la herramienta en la tierra y arrancó un buen trozo con hierba joven y raíces fornidas.
-“Sé que es difícil de creer Luke, pero es la única manera de deshacerme de él”
Lucas continuó arrancando la tierra sumido en un silencio resentido.
-“¿Clara sabe de esto? ¿Del niño? ¿De la misión que te encomendó?”
-“La primera vez que lo vi, se me ocurrió decirle, pero ella no me creyó. Dijo que me faltaba dormir… “
-“¿Y crees que está equivocada?” –Otro montón de tierra emergió y fue caer al lado. La pala, nuevamente se clavó en el suelo.
-“No lo sé… Honestamente, creo que estoy en mis facultades para determinar qué es real y qué no lo es.”
-“Estoy de acuerdo con Clara. Has pasado por algo muy duro, deberías… Recurrir a ayuda profesional.” –La pala chocó contra algo que yacía enterrado. Un golpe sordo, casi metálico. Ambos compartieron una mirada de sorpresa. Lucas tiró la pala a un lado y se puso en cuclillas para desenterrar una lonchera oxidada y sucia. La limpió un poco con sus manos antes de entregársela a su hermano.
-“¿Qué opinas ahora?”- Le preguntó Raine –“Nunca había estado aquí, ¿cómo explicas que sabía exactamente dónde encontrarla?”
Lucas se cruzó de brazos y apretó los labios –“Yo… Mira Ray, no quiero parecer poco comprensivo, pero honestamente, esto no prueba nada…”
-“¿Crees que pude haberla enterrado yo?” –Le quitó un par de pequeños seguros a la lonchera y la abrió revelando su contenido. Un anillo de plata y una carta escrita a mano con lápiz tinta.
-“Luego del accidente olvidaste varias cosas que te habían sucedido… Quizás enterraste esto y ahora una parte de tu subconsciente sabe dónde está”
-“Es triste, pero tu argumento es válido. ¿Cómo esperas que te pruebe algo que no puedes tocar, ni ver? Olvida la objetividad, hermano. En este preciso momento lo único que necesito es que tengas fe en mi palabra, y en lo que estoy haciendo. Y si decides finalmente no creer en mí, estará bien. Pero no me dejes a mi suerte ahora.”
-“Pero Rayne, ¿por qué esto es tan importante para ti?”
-“Porque necesito deshacerme de ese niño Luke. Estoy desesperado, me está volviendo loco. Viene y va siempre, está por todas partes y en ningún lado. Si tú crees en mí, al menos sentiré que no soy el único loco por aquí.”
Lucas miró al cielo y suspiró.
-“Está bien. Digamos que estás en lo cierto ¿vas a abrir esa carta?”
-“No. No está dirigida a mí, debo entregársela a una muchacha… junto con el anillo.”
-“Vale” –Lucas ni siquiera intentaba fingir que creía en las palabras de su hermano –“¿Y dónde está esa muchacha?”
-“En Nospark.” –Dijo Raine, rápido y seguro. Como un disparo a quemarropa.
-“¡Eso queda a cientos de kilómetros! ¿Estás loco?”
-“Estemos locos Luke, ayúdame con esto.”
-“¡Raine! Este  no eres tú, demonios. Siempre fuiste analítico, poniendo la lógica ante todo, ¿qué es lo que te cambió?”
-“Lucas. La lógica no lo es todo, debes dejar de pensar como todo el mundo. El universo, lo que te rodea es más de lo que pueden apreciar tus sentidos. ¿Qué sentirías en medio de espacio? ¿Cómo te sentirías en medio del vacío?”
-“Pues tendría frío, y moriría. Porque soy un ser humano, igual que tú”
-“Imagina un alma” –Dijo Raine.
-“¿Qué? ¿De qué demonios estás hablando?”
-“¿Tienes alma, Lucas?
-“Pues… No sé. No lo sé, yo creo que sí, ¿qué te pasa?”
-“Anaxágoras murió por defender la idea de que el sol no era un Dios, y que la luna reflejaba su luz. Acabó en la cárcel. ¿El sol es un Dios para ti?”
-“No…” –Lucas se había quedado sin palabras.
-“Copérnico defendió que la tierra giraba alrededor del sol. Lo creían loco. Galileo Galilei defendió la misma teoría, y fue perseguido por la santa inquisición. ¿Se equivocaban?”
-“No.”
-“Giordano Bruno fue encerrado y acusado de herejía por asegurar que el universo era infinito, y que existían más sistemas solares que el nuestro. Ahora sabemos que es cierto.”
-“Ya entendí, Raine…”
-“Charles Darwin fue perseguido por la iglesia durante más de un año a causa de sus teorías.”
-“Ya…”
-“¿Estamos en condiciones de asegurar que algo no existe? Podemos probar la existencia de algo, pero nunca vas a poder probar que estoy equivocado. Puedes meter tu nariz en lo más profundo de tu ciencia, pero no encontrarás nada hasta que alguien encuentre la manera de demostrar lo que yo te estoy diciendo de una manera empírica. ¿Y luego qué? La historia de la ciencia está escrita sobre cadáveres de mártires locos.”
-“Escucha… Iremos donde esa muchacha, y le entregaremos tus cosas. Luego de eso, no vuelve a tocarse el tema. ¿Qué le dirás a Clara?”
-“Le diré que vamos a pescar” –Raine tenía una mirada diferente. Algo había cambiado en él.
Lucas recogió la pala y la azotó contra el roble para quitarle la tierra que tenía pegada. Luego se la pasó a su hermano. Volvió a empujar la silla en dirección contraria al roble.
-“Vaya memoria tienes para recordar todos esos nombres, no recordaba que fueras tan asiduo a la historia, o a ciencias”
Raine no respondió. Él nunca había oído la mayoría de los nombres que salieron de sus labios. ¿Cómo supo todo eso? Se sentía cansado, y sus sienes burbujeaban. Era una experiencia bastante curiosa.
Su hermano lo empujaba en dirección al fiat. Era una tarde hermosa, despejada y tranquila.

X Reencuentro
Clara entró a la habitación con una caja de herramientas de pesca entre los brazos. Raine se encontraba sentado en el sofá mirando la televisión.
-“¿Necesitas algo más? La caña de pescar, las herramientas, ¿dónde tienes los anzuelos?”
-“Están en la caja de herramientas, amor” –Le hizo una señal para que se acercara, y ella avanzó hacia él y se puso a su altura para darle un beso.
-“Me alegro mucho que todo se haya arreglado entre tu hermano y tú. Siempre pensé que era una carga que llevabas sobre tus hombros.”
-“Tienes razón. Me hizo bastante bien tener esa charla con él. Había muchas cosas que nos hacía falta compartir.”
-“Me lo imagino” –Ella le sonrió. Se oyó el motor de un vehículo estacionándose frente a la casa. –“Debe ser Lucas, iré a abrir.” –Un beso más, y se dirigió a la puerta.
Lucas subió los artículos de pesca al fiat, y Clara empujó a Raine hasta el auto.
-“Gracias, querida” –Dijo luego de estar bien sentado en el puesto del copiloto. Clara lo había ayudado a subir.
-“Espero que les vaya genial. Ten mucho cuidado ¿vale?” –Un beso de despedida. Luego agitó la mano en dirección a Raine –“Cuídate también. Mucha suerte”
El fiat emprendió la marcha. Raine observaba a su mujer alejarse por el espejo retrovisor.
-“No se creyó nada ¿no?” –Preguntó Lucas con una sonrisa pícara en el rostro.
-“Ni una palabra” –Dijo Raine devolviendo la sonrisa.
-“¿Qué le dirás?”
-“Probablemente nunca pregunte, pero no se imagina lo que realmente vamos a hacer.” –Raine bajó la ventanilla y la brisa del viento acarició sus canas.
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El viaje fue largo. Lucas tenía un par de discos de Cat Stevens y John Denver, que cantaron en conjunto cuando Raine no iba durmiendo.
Lucas zarandeó el hombro de su hermano para sacarlo del sueño.
-“Despierta, hemos llegado. ¿Ahora qué? ¿Hacia dónde?”
A Raine no le tomó más de treinta segundos reponerse y precisar hacia dónde debían dirigirse.
-“Por acá, a la izquierda” –Dijo señalando con el dedo.
-“Aún no me acostumbro a esto, es escalofriante” –Comentó su hermano mientras viraba en la dirección indicada.
Nospark era una ciudad bastante grande, y bien habitada. Tenía un par de rascacielos, pero la cantidad de tiendas que podían encontrarse caminando por sus calles la hacían una ciudad importante. Al menos lo suficiente para aparecer en la mayoría de los mapas. Bajo las indicaciones de Raine, el fiat rojo avanzó entre las calles, virando hacia un lado y luego hacia otro. Lucas no estaba muy confiado, pero le impactaba la seguridad con la que su hermano le indicaba la dirección.
-“Alto. Es aquí, aquella casa blanca” –A unos metros se erguía una casa humilde. Sin duda era blanca, aunque la pintura llevara años descascarándose. Las tejuelas tenían un tono ladrillo opaco y desgastado. Parecía un sitio abandonado, con grandes arbustos en el jardín y malezas que llevaban mucho tiempo echando raíces.
-“¿Estás seguro?”
-“Sí” –Dijo Raine mientras abría la puerta. –“Ayúdame por favor”
Lucas bajó del auto y sacó la silla de ruedas de la cajuela. La desplegó, y la dejó junto a la puerta donde se encontraba Raine, quien con un poco de esfuerzo logró acomodarse sobre ella.
Tocaron el timbre tres veces, pero no parecía funcionar. Así que tocaron la puerta. Se oyeron unos pasos al interior, y alguien abrió la puerta. Una muchacha demacrada, de veinte y tantos con una polera larga que la cubría hasta por sobre las rodillas y unos pantalones que le quedaban muy holgados se encontraba ante ellos. Los examinó con la mirada.
-“¿Sí? ¿Puedo ayudarlos?”
-“Buscamos a la señorita Jessica Quinman”
-“Sí, soy yo ¿qué quieren?”
-“Puede que esto le parezca extraño, pero tenemos algo para usted…” –Raine le ofreció la pequeña caja metálica. La muchacha la tomó con ambas manos, y se veía confundida.
-“¿Y esto qué es?” –Dijo mientras la abría.
-“Su contenido le dirá más de lo que cualquiera de nosotros sería capaz de decirle.” –Jessica asintió incrédula y sacó el anillo. Lo examinó y su rostro se puso pálido.
-“¿De dónde sacaron esto? ¿Quiénes son ustedes?”
-“Mi nombre es Raine, él es mi hermano. Quizás le suene extraño, pero Cristian me pidió que se lo entregara.”
-“¿Cuándo?” –Preguntó con su mirada curiosa sobre Raine.
-“Hace unas semanas…” –Dijo.
-“No puedo creerlo” –Dijo la chica. En su rostro se dibujó una amplia sonrisa–“Pasen, por favor.”
El interior de la casa no era más lindo que la fachada de calle. Todo estaba excesivamente desordenado, y las paredes estabas cubiertas de fotos y recortes de periódicos. La muchacha los guio por un pasillo largo y oscuro que crujía por cada metro que avanzaba la silla de ruedas. Llegaron a una sala de estar algo pequeña, cuyo techo daba la impresión que se desmoronaría en cualquier minuto. Sobre la mesa central se encontraba una tabla cubierta de letras, una ouija. La muchacha sacó a dos gatos gordos y perezosos que descansaban sobre el sofá y le ofreció el asiento a Lucas, quien sonrió como quien no quisiera estar ahí mientras acomodaba sus nalgas sobre un cojín pútrido y cubierto de pelos de gato. Jessica también se sentó muy cerca de ellos y los observó muy ansiosa.
-“¿Con quién de ustedes habló?”
Lucas miró a Raine, y éste a su vez miró a la muchacha.
-“Yo… Yo hablé con él. Sé que puede sonar extraño, pero…”
-“¿Extraño? ¡Para nada! Es fascinante, llevo mucho tiempo intentando hacer lo que tú hiciste, ¿cómo fue? ¿Lo viste?”
Raine comenzó a sentirse incómodo.
-“Sí.” –Respondió Raine. Le dirigió una mirada de soslayo a su hermano, pero Lucas parecía más incómodo que él cuando un gato intentaba subirse a su regazo.
-“No puedo creerlo, entonces tienes el poder de contactarte con él. ¿Puedes hablarle? ¿Está aquí ahora?”
Raine examinó la habitación con la mirada, pero no había rastros del niño. La muchacha se veía tan ilusionada de poder comunicarse con él, que a Raine no le quedó otra opción que mentirle.
-“Sí, aquí está. Él… Te está escuchando”
-“¿Y qué dice? ¿Dice algo? ¿Puedes oírlo?”
-“Dice que...” –Raine se frotó el mentón –“…dice que leas la carta que viene dentro de la caja”
-“Sí, ahora.” -Dijo con un par de enormes ojos llorosos mientras sacaba una hoja de papel del interior de un sobre amarillento.
Mientras Jessica leía la carta Raine comenzó a examinar con más detalle la pieza. Tenía ropa sucia por todas partes, y varias velas consumidas casi por completo. En la entrada de la habitación había cuatro atrapa-sueños de distintos colores y tamaños. Las noticias en la pared estaban, en su mayor parte, relacionadas con apariciones paranormales de niños en distintos lugares. Noticias de su padre, que al parecer todavía estaba tras las rejas. La lectura de Raine se vió interrumpida por un estallido de llanto. Jessica comenzó a sollozar mientras leía la carta. Sin embargo, nunca supo qué decía la carta, porque en ese preciso momento Cristian apareció frente a ella. Esta vez estaba cubierto de un haz de luz y ya no proyectaba una sensación de ahogo y tristeza, sino de dicha y calma. El niño acaricio el rostro de Jessica y secó sus lágrimas. Le sonrió a Raine y asintió con la cabeza en signo de agradecimiento. Una luz cálida y brillante impregnó cada esquina de la casa, y Cristian, riendo y con los brazos abiertos, se desvaneció por completo.
Repentinamente entre los haces de luz que entraban por la ventana Raine logró identificar una silueta. Una persona joven de veinte y tantos años se acercaba a él. Sobre esa silla de ruedas.
-“Es un placer verlo otra vez, teniente. Lamento molestarlo, pero mis amigos y yo realmente necesitamos hablar con su consciencia por un rato.”
Raine estaba paralizado, no entendía nada y era esa la confusión que se manifestaba en su gesto.
-“¿Benedict?” –Balbuceó.