sábado, 2 de agosto de 2014

Parte II

Parte II

VI Una sonrisa al pasado
            Cuando falleció, Cristian tenía doce años. Estaba enamorado de Jessica Quinman, la muchacha que toda la escuela envidiaba o deseaba. Él estaba entrando en la pubertad y era normal que comenzara a sentir cosas por una chica. No tenía problemas de personalidad; tenía un buen desplante con cualquiera, excepto con Jessica. Se ponía nervioso, no lograba articular palabras (y si lo lograba, no las unía correctamente), comenzaban a sudarle las manos… El muchacho se volvía un caos. Una tarde, después de clases, Cristian había olvidado su mochila en la escuela. Regresó al salón de clases, donde se encontró a una niña llorando. Era Jessica. Llevaba un chaleco blanco que le cubría los brazos.
-“¿Estás bien?” –Preguntó Cristian  acercándose a ella. La niña lloraba desconsolada…  -“Todos se fueron ¿por qué no vas a casa?” –Ella no contestó, solo se limitaba a sollozar. Sus lágrimas empapaban el chaleco blanco. –“No entiendo por qué lloras. Eres muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie podría desear” –Sus palabras brotaron de su boca como una canción, sin titubeos, sin dudas… Ella lo observó, en parte encantada, y en parte sorprendida.
-“Eso es… muy lindo” –Le dijo secando sus lágrimas. Tenía el rostro congestionado, pero Cristian pensó que se veía hermosa. –“¿De dónde has sacado esa oración?”
-“Me la he… i-inventado” –Sus palabras volvían a atropellarse al hablar con ella. Era más fácil hablarle fluido cuando se estaba tapando esos enormes ojos coquetos con el antebrazo.
No recuerda de dónde obtuvo facundia para invitarla a un helado después de esta conversación, pero de alguna manera acabaron riendo y disfrutando un helado artesanal como viejos amigos que no se encontraban hace mucho tiempo.
-“¿Quieres saber por qué estaba llorando?” –Preguntó ella llevándose el cono a la boca.
-“No importa si no quieres contarme” –Cristian ya no sentía nervios al estar con ella, pero actuaba diferente, él lo sabía, estaba enamorado.
-“Los niños son curiosos, sé que quieres saber… No es gran cosa. Discutí con mi papá” –Él había discutido con su padre varias veces. En ocasiones lloraba también, pero Jessica le gustaba mucho, y no quería que tuviera la imagen de un niño llorón.
Jessica le comentó que las discusiones que ella tenía con su padre eran distintas a las que las niñas comúnmente tenían con sus papás. Él la maltrataba mucho, y la obligaba a llevar encima esos horribles chalecos blancos de mangas largas para cubrir sus moretones.
Un día Cristian fue su casa. Estaban juntos, viendo una película. Ninguno ponía atención a la pantalla, ya que estaban muy distraídos el uno con el otro. Ella lo miraba de reojo, y él fingía no darse cuenta. El juego se repetía, y pasaban muchos minutos así. Ella le tomó la mano, quizás él tomó la mano de ella, o quizás sus manos se unieron por una linda casualidad. No importa. Estaban dándose la mano. Él la observó, sus enormes ojos verdes, sus pómulos rosáceos, su sonrisa inocente… Su aroma dulce se fusionó con un aroma agrio. Sus moretones en los brazos. El aroma agrio. Su rostro impregnado de miedo. El aroma agrio. Alcohol. Vino barato. Ella soltando su mano, gritando. Volvía a llorar. 
No entiendo por qué lloras. Eres muy preciosa, y tienes más virtudes de las que nadie podría desear
Las palabras aparecieron en su mente. Lo había oído en una teleserie. Lo había memorizado. Había practicado frente al espejo durante semanas.
El padre de Jessica estaba detrás de él. Lo agarró con fuerza del brazo, hincándole las uñas. Aroma agrio. Lo lanzó contra la pared.
-“¡PAPÁ! ¡PARA!”
Jamás nadie golpeó a Cristian. No tenía enemigos. Su familia le brindaba amor y cuidado. Así que no supo que se le rompieron dos costillas cuando el señor Quinman le dio una patada mientras estaba en el suelo. Solo sabía que no había conocido el dolor hasta ese momento. El hombre lo agarró del cuello, estrangulándolo. Cristian sentía que la cabeza le palpitaba. En su último aliento de furia borracha lo lanzó contra la televisión. Al golpearse contra el aparato, éste tambaleó un par de veces y cayó sobre. Como la mayoría de las muertes que no aparecen en los noticieros, ésta pasó inadvertida.
Habían pasado ocho años desde ese incidente y Cristian ni siquiera lo había notado. De vez en cuando visitaba a Jessica, pero ella ya no le hablaba. Solo estaba preocupada de meterse drogas y tomar cualquier mierda barata. ¿Quién puede culparla? Sola, con su único familiar tras las rejas por el cargo de homicidio, cualquiera habría caído en el vicio.
Cristian estaba acostumbrado a que nadie notara su presencia, pero ese día fue especial. Estaba en la esquina de la casa en donde había discutido con el padre de Jessica por última vez cuando pasó un vehículo. Una mujer iba conduciendo y un hombre iba de copiloto. Raine lo miró a los ojos a través del cristal del automóvil.
En ocho años nadie lo había mirado a los ojos.

VII El niño
-“¿Todo bien?” –Preguntó Clara con ambas manos sobre el volante.
-“…Sí… No es nada, necesito dormir más. He dormido tan poco, que la primera sesión de ejercicios me ha dejado agotado.” –Prefirió decirle eso a “acabo de ver a un niño que lleva muerto más de ocho años observándome en una esquina”.
-“Eso es bueno” –Le sonrió –“Estás tan cansado que por fin podrás dormir esta noche”. –Ella parecía más aliviada que él. No había logrado descansar nada intentando consolarlo hasta altas horas de la madrugada.
El vehículo aparcó afuera de la casa. Clara bajó la silla de ruedas y la desplegó. Ayudó a Raine a subirse, y una vez ahí le dejó un par de bolsas en el regazo. Ella creía que él no se sentiría tan inútil. Él sabía que ella pensaba de esa manera, y se sentía como un carro de compras, pero prefería quedarse callado. Ella lo empujó hasta llegar a la cocina, le quitó las bolsas de las piernas y las dejó sobre la mesa.
-“¿Qué estás pensando?” –Preguntó Clara al ver que Raine llevaba un buen rato absorto en sus pensamientos.
-“En mis cosas. ¿Dónde están mis cosas? Las que tenía antes del coma.” –Raine, al despertar tenía un teléfono nuevo, y no había visto un documento oficial del departamento en toda la semana que llevaba lúcido. Clara, siguiendo órdenes estrictas del doctor, alejó cualquier cosa que pudiera traerle recuerdos de su “accidente”.
-“El doctor dijo que era mejor que te adaptaras al presente. Que muchas veces los sucesos difíciles como los que viviste tú podían regresar muy fácilmente y dejar secuelas mayores.” –Respondió mientras ordenaba las compras. Raine sabía que no era una buena idea discutir con su mujer respecto al tema.
-“Sucede que hoy vi a un muchacho… ¿recuerdas el caso Quinman? ¿El del tipo borracho que liquidó a un niño?”
-“Cariño, no deberías pensar en eso. Es cosa del pasado, solucionaste el caso, déjalo ya. Intenta relajarte, tienes licencia por varias semanas, deberías aprovecharlas saliendo más.”
-“…La cosa es que vi al muchacho. Hoy, mientras íbamos en el auto.” –Clara suspiró.
-“No has dormido bien hace días. Obviamente no está todo en orden en tu sistema nervioso, además hay muchos niños, pudiste haberlo confundido.” –Continuó ordenando la comida en la alacena.
-“Tienes razón” –Dijo. Pero no lo creía. –“Será mejor que vaya a descansar… Estoy agotado después de la sesión de ejercicios”
-“¡Y vaya que gran sesión! ¿Eh? Estoy muy segura que la próxima semana podrás levantar más peso.” –Cuando Clara se giró, Raine se había ido.
Raine estaba tendido sobre su cama. Examinaba la silla de ruedas a su lado y evitaba imaginar un futuro sin piernas. Clara entró en la habitación, se veía radiante. Le dio un cálido beso en la frente y se marchó al trabajo. Raine había estado en coma casi un año completo. Había conversado mucho con Clara, y se le hacía muy difícil actualizarse en cuanto a todo lo que había sucedido en esos meses. Lentamente se ponía al día de qué pasó con los tios y primos. La madre de Clara había fallecido en ese periodo, y tuvo que haber sido muy difícil para ella lidiar con su pérdida teniendo a su marido en la cuerda floja.
Escuchó a su esposa cerrar la puerta, y arrancar el auto. A través de la ventana vio al vehículo alejarse por la calle, y vio también a Cristian observándolo con una gran sonrisa desde el otro lado de la calle. Cuando quiso percatarse, se dio cuenta que no estaba ahí.
Eran las cinco de la tarde, pero en su sueño ya era de noche. El niño lo miraba a los pies de su cama con una sonrisa muy plácida.
-“¿Por qué estás feliz?” –Le preguntó Raine.
-“Porque encontré la esperanza que necesitaba, señor” – Le respondió.
Ayúdalo Raine
Una voz pasó por su cabeza… Era una voz familiar, pero no lograba recordar a quién pertenecía.
-“¿Y qué necesitas que haga por ti?” –Preguntó. Se dio cuenta que podía mover las piernas, y se paró junto a la cama, cada vez más cerca del niño.
-“Me dijo que te dé mi último recuerdo, y mi último deseo. Nada más. Dijo que tú sabrías qué hacer con él.”
-“¿Quién te dijo eso pequeño?”
-“Un amigo. Tuyo y mío.”
-“¿Y tiene nombre?”
-“Él sabía que preguntarías eso… No tiene nombre, pero dijo que no lo entenderías hasta que hablaras directamente con él”
Raine se observó a sí mismo durmiendo sobre la cama. El muchacho se acercó a él y una luz muy brillante apareció dentro de su corazón.
-“Mi último deseo, y mi último recuerdo… Espero que sirva de algo…”
Una pequeña llama, idéntica a las que había soñado hace un tiempo, se dibujó en el pecho del niño. Éste la cogió con ambas manos y con sumo cuidado. Lentamente acercó la llama al pecho de Raine, hasta que todo se oscureció.
Tranquilo, todo está en orden. Ayuda al niño.
La voz se abrió paso a través de la oscuridad. Emergió un aroma… Un aroma agrio. Un golpe. Una niña inocente que se pudrió por culpa de una vida cruel. El cadáver del niño, cuya cabeza se encontraba bajo la televisión. Una promesa de amor inocente. Una carta y un anillo dentro de una caja de metal, enterrada varios centímetros bajo tierra.
Solo dale la carta.
Al despertar, Raine sabía exactamente donde se encontraba esa carta. A su lado estaba Clara, durmiendo plácidamente. Una parte de él sabía que el niño seguía ahí, porque sentía un cosquilleo extraño en la nuca y cada vez que exhalaba podía ver el vaho que emanaba su boca. Estaba asustado.
-“…De acuerdo…” –Susurró. Las palabras apenas salieron de sus labios.
Una brisa helada recorrió la habitación. Una caricia invernal. Y en ese momento Raine supo que se encontraba sólo. A su lado estaba Clara, durmiendo plácidamente.

VII Reencuentro con el pasado
            Iban a cumplir diez minutos mirándose las caras e intercambiando sonrisas estúpidas. Ese tipo de sonrisa que le das a una persona cuando no hay ningún tema en común, pero no hay ningún motivo para largarte de ahí. Estaban sentados en la sala de estar. Su hermano mayor había ido de visita, se encontraba muy preocupado por Raine después del año difícil que había tenido.
-“Y ¿cómo fue? ¿Qué te pasó?” –Dijo después de un largo rato.
-“Honestamente no lo recuerdo… Tampoco es que alguien quiera contarme, dicen que puede ser malo para la salud” –Agitó el vaso que tenía en la mano y observó como el hielo resbalaba en el interior.
-“Pero… ¿tienes alguna idea? ¿Se te ocurre algo?” –
-“Quizás me atropellaron, o recibí una bala en la columna… A decir verdad no recuerdo mucho de lo que sucedió antes de despertar del coma…” –Bebió un largo sorbo. Habría deseado que fuera ron, pero Clara tenía estrictamente prohibido el alcohol mientras estuviera convaleciente.
Antes de encontrarse con el niño a los pies de su cama, Raine dormía dos o tres horas, despertándose cada veinte o treinta minutos. Cuando comenzaba a caer en un sueño profundo, los terrores nocturnos del recuerdo de su padre le venían a la mente, y escuchaba una voz grave, profunda que surgía desde el lugar más alejado de su mente. Era entonces cuando despertaba empapado en sudor. Luego de eso observaba a su esposa hasta que el sueño lo vencía, nuevamente.
El silencio había envuelto a los dos hermanos por segunda vez. Se miraban las caras, se sonreían, e intentaban fijar su atención en las cosas que los rodeaban. Raine observó la mesa. Era de vidrio, y sobre ella tenía dos posavasos con el logo del departamento de policías. Al lado del posavasos había una gota derramada. La luz de la ventana se refractaba en su interior, y se veía brillante. Sin embargo, a pesar de intentar concentrar su atención en la mesa, podía ver a Cristian sentado junto a su hermano. Hace dos noches que había tenido esa extraña conversación, y a pesar de lo que Raine había deseado creer, no fue un sueño.
-“Bueno chicos, tengo clase de yoga ahora, así que voy saliendo ¿Necesitan algo?” –Clara se asomó por la puerta de cocina.
-“Un poco de cerveza vendría bien” –Dijo Lucas sonriente levantando su vaso de agua medio vacío. Clara rió. Raine intentó hacerlo. Su sonrisa fue tan forzada que tanto su esposa como su hermano se vieron incomodados y cruzaron miradas de apretura.
-“Bueno, entonces… Bueno, me llaman entonces si se les ocurre algo…” –Clara se despidió y salió por la puerta principal.
El silencio llegó por tercera vez.
-“Yo sé…” –Dijo Lucas –“Que no he sido el mejor hermano del mundo, Ray… Pero tienes que entender, después de lo que le pasó a… De lo que sucedió en general, no esperarás que lo supere de la noche a la mañana…” –Raine estaba absorto en la mesa. No era de la noche a la mañana, habían pasado más de cuarenta años. Miraba la gota. La gota que refractaba la luz. La luz que entraba por la ventana. El niño. Cristian.  –“¿Estás bien? Te ves pálido…”
Las manos de Raine comenzaron a temblar. Falta de sueño. El día anterior había vomitado todo lo que consumía. Estaba pálido, y se así se sentía. –“No… Lo siento. Voy al baño.” –Impulsó la silla de ruedas con sus manos. Lucas se levantó.
-“Déjame ayudarte” –
-“No, Lucas, no es necesario…” –Su hermano comenzó a empujar la silla por el respaldo, peor Raine ejercía freno con sus brazos para que no avanzara. –“Lucas, no es necesario”
Lucas lo soltó. –“Está bien, no quise molestar” –No hubo respuesta. Raine salió de la habitación en dirección al baño, y él se quedó con el muchacho.
El baño se encontraba en el primero piso. Estaba frio, más que de costumbre. Desde que había despertado, Raine no había utilizado este baño. La puerta no era lo suficientemente ancha para que la silla pudiera pasar por ella. El baño del segundo piso tenía pasamanos, una entrada más ancha, y todos los implementos que necesitaba para cagar sin sentirse un fenómeno. Aquí no tenía nada de eso, pero le sobraba orgullo. Se dejó caer sobre las frías baldosas de cerámica. Tirado en el suelo, cerró la puerta por dentro. Con seguro. Llevaba unos pantalones deportivos, y una camisa blanca de manga corta. Sus antebrazos se entumecían mientras se arrastraba hacia el inodoro.
 El niño estaba a su lado. No lo había visto, pero lo sabía.
Logró alcanzar el retrete y tardó casi diez minutos en sentarse sobre él. El agrio olor a alcohol comenzó a impregnarle la nariz.
-“¡PAPÁ! ¡DETENTE!”
Intentó bajarse los pantalones. Inmensamente difícil de hacer cuando la mitad de tu cuerpo es un peso muerto. “Como quitarle el pantalón a un cadáver” pensó. Estaba ahí, pero sabía que lo miraban. O creía que lo miraban. Lo miraban. Detrás de la cortina de baño, una silueta recortaba la figura de un muchacho de doce años. Intentó correr la cortina, pero no lograba alcanzarla. Si sus piernas funcionaran habría sido más fácil, pero estaba atrapado sobre el váter. Cuando logró alcanzar la cortina con la punta de sus dedos, se las arregló para agarrarla con la mano. La silueta se dibujaba detrás de la cortina. Tiró de ella, y ésta cayó lentamente sobre el suelo. No había nada, solo una tina de baño vacía.
Habían pasado más de veinte minutos y Raine seguía sobre el váter con los pantalones a la altura de las canillas. No quería salir, porque eso significaría enfrentar problemas sin solución. Su hermano lo abandonó cuando él tenía ocho años. No dejaron de vivir juntos, pero Lucas dejó de reconocerlo como su hermano. Cuando él cumplió la mayoría de edad salió a enfrentar al mundo, y el hermano mayor se quedó solo. Raine tuvo que vivir una infancia solitaria. Cuando graduó en la escuela de policías Lucas fue a la ceremonia solo para contarle sobre la muerte de su padre. Luego se reencontraron un par de veces más, pero su hermano siempre lo miraba de la misma manera. Acusándolo por haber disparado a su madre. De una vida de mierda, con un padre borracho, en un departamento de cinco metros cuadrados, donde no había comida porque la prioridad era la borrachera de papá, el único rayo de luz que existía en sus vidas era su madre. Siempre cálida, cariñosa, protectora. Tan protectora que cuando el cañón del revolver Smith & Wesson se clavaba en la frente de su padre, ella los descubrió y salió del baño hecha una furia, lanzándose contra el arma. Su padre la detuvo apretándole la muñeca tan fuerte que Raine aún podía oír los carpos dislocándose. El niño estaba con los bracitos extendidos, mirando a sus padres revolcarse en el suelo. Veía los golpes certeros de su padre rompiéndole la cara a mamá. Ella arañando con dedos cubiertos de sangre intentando quitárselo de encima.
Él se giró y lo miró a los ojos. Esa mirada... Raine había conocido psicópatas homicidas, rateros de poca monta y traficantes. Había visto a los ojos a la peor mierda que existe en la sociedad, pero nunca pudo dar con una mirada como esa. Vacía, llena de odio, de tristeza, de miedo. En ese minuto realmente sintió que era su deber halar del gatillo y acabar con la tristeza de esa criatura que alguna vez fue su padre. Podía oír la congestionada respiración de su madre debido a la nariz destrozada.
-“Dispara hijo, salva a tu madre” –
Su dedo caviló sobre el gatillo, pero no fue capaz de hacerlo.
Ella aprovechó la distracción para clavar sus uñas en el cuello de su esposo, atravesando piel y músculo. Sus largas y bien cuidadas uñas se deslizaron por la carne como un cuchillo sobre mantequilla caliente, pero él se defendió clavándole un lápiz que tenía a mano entre las costillas. Forcejearon ante los ojos de Raine, y se revolcaban como cerdos en un matadero, cubiertos de sangre. La escena que había intentado olvidar cobraba vida una vez más en su mente, pintándose con trazos gruesos de sangre y miedo.
Estaba aterrado, quería salvar a la luz de su desgraciada vida.
 Disparó.
 El sonido sordo de la muerte irrumpió en todo el edificio. Raine sabe disparar muy bien, pero en ese entonces nunca había disparado. Él dice que “la suerte de principiante no existe”, porque él no la tuvo esa primera vez. El tiro en la cabeza fue tan certero que parecía hecho por un tirador profesional a treinta centímetros de su víctima. Si la hubiera matado antes, no habría sufrido. Si le hubiera volado la tapa de los sesos a ese viejo de mierda rastrero, nada habría salido mal.
El pequeño Raine se quedó ahí, en medio de la habitación. Su madre con un agujero en la sien que emanaba más sangre de la que había repartida por el suelo. Una lapicera se encontraba entre sus costillas, rozando su pecho izquierdo. Su padre a menos de medio metro, tirado de espaldas, se cubría la herida del cuello con la mano mientras lo miraba. La mirada de miedo, de odio, de desesperación…  Raine observó el cañón del arma por el que evacuaba el humo del disparo. Sus manos temblaron hasta que el arma cayó al suelo como si buscara alejarse de él.
Su padre caviló un rato. Probablemente se le quitó la borrachera. Se arrastró sobre la sangre desparramada en el suelo hasta llegar al cadáver de su esposa, la estrechó entre sus brazos y comenzó a besarle la cara mientras acariciaba su cabello a la vez que lo teñía de rojo. Ella, con la mirada perdida y un hilo de sangre en la sien no podía quitárselo de encima.
Pasaron varios minutos sin que cambiara la escena. Raine no se había dado cuenta que estaba en posición fetal observando a su padre abrazando a un cadáver. No escuchó los golpes en la puerta hasta que la rompieron con una patada. Los vecinos intentaban entrar pero quedaban paralizados en el umbral en cuanto veían la escena. El muchacho en posición fetal con el arma asesina entre las piernas, el hombre arrepentido abrazando a un cadáver…
Cuatro golpes en la puerta. Uno tras otro. La voz de su hermano preguntando por él. Sobre el inodoro. El pantalón a la altura de las canillas. La cortina de baño en el suelo. El niño esperando en algún rincón del baño.

VIII La promesa
La mañana de sábado cubría las verdes praderas que Raine podía apreciar a través de la ventana. El pequeño fiat rojo los había transportado más de diez kilómetros, y no lograba congeniar con los caminos de tierra.
-“Gracias por acompañarme, Lucas… No tenías por qué molestarte” –Dijo Raine mirando a través de la ventana. A su lado iba conduciendo su hermano, que pesar de ser cinco años mayor que él se veía mucho más joven. El tiempo le había plateado las sienes, pero su cabello (aunque más escaso) seguía teniendo el brillo cobrizo de sus años mozos.
-“No hay problema Ray… Aunque aún no me dices qué venimos a hacer”
-“Vamos a buscar algo, eso es todo.” –Raine no tenía ni la menor idea de qué era lo que buscaba, pero sabía exactamente dónde encontrarlo.
-“Raine…” –Continuó su hermano –“¿Qué pasó ayer? Estuviste encerrado en el baño casi una hora, y cuando toqué para ver si estabas bien no contestabas, casi tiro la puerta abajo… Creo que merezco una explicación” –Lucas lo miró como esperando una respuesta, pero solo obtuvo un suspiro de vuelta.
-“Por aquí, toma a la derecha” –Dijo señalando el camino que se bifurcaba como una lengua bífida.
-“Y hoy a las nueve de la mañana me llamas para decirme que necesitas a alguien te haga compañía. Para salir a buscar algo importante…” –Raine continuaba desviando su atención con las verdes praderas que se proyectaban en la ventana. El vehículo comenzó a detenerse y Lucas lo estacionó a un lado del camino. –“Hasta aquí llegamos.” –Dijo molesto –“No pienso avanzar ni un metro más sin saber qué mierda te pasa. Explícame todo, o nos regresamos y no volvemos. No me hagas arrepentirme de querer reencontrarme contigo, Raine.”
-“¿Y qué quieres que te explique?” –Raine se rascó la mejilla con desinterés.
-“Todo Ray, y mírame a los ojos para hablar” –Raine se giró hacia él. Tenía una mirada seria, como un niño haciendo rabietas. Un niño de cincuenta años que había asesinado a su madre.
-“¿Por qué te fuiste a los dieciocho?” –Dijo finalmente. Sin parpadear. Sin respirar siquiera, esperando una respuesta. Sentía como la pena, el miedo y la ira copulaban en su interior.
-“Tenía dieciocho, era mi deber marcharme… Nadie puede quedarse en un orfanato después de los dieciocho, ya tenía la edad para trabajar… Era lo que tenía que hacer.”
-“Pero ni siquiera te despediste. No volviste a hablarme después de…” –La mano de Raine se convirtió en un puño.
-“Lo sé, era un muchacho, no estaba seguro de lo que estaba haciendo. No supe como tomármelo…” –Lucas se encontró evitando la mirada de su hermano. Volvió a enfrentarla. –“No fue correcto haber reaccionado así… pero aun no entiendo por qué lo hiciste…”
-“No quise hacerlo, fue todo un mal entendido” –El tema era muy delicado, aunque Raine se sentía ansioso –“Yo… yo traté de defenderla, evitar que…le pasara algo”
-“¿Entonces por qué no me lo dijiste cuando nos encontramos…?”
Raine lo interrumpió, estaba fuera de sí –“¡Porque no lo recordaba! Entiende, por favor, tenía ocho años, para mí fue terrible haberle destapado los sesos…” –La mano de Lucas lo agarró del cuello de la camisa, muy amenazante.
-“No. No hables así. No hables de esa manera sobre ella. No tiene la culpa de que su cagada de hijo haya salido desequilibrado”
-“¿Perdón? ¿Desequilibrado? Tú, maldito perro, te fuiste y dejaste sólo a tu hermano menor cuando más te necesitaba… Tú, me dejaste cojo cuando quería apoyarme de alguien, porque jamás fuiste capaz de entender… Siempre fuiste tan terco… Te pintaste tu propia idea, y juraste que tenías la razón.”
-“¿Qué razones te iban  a llevar a matarla, imbécil? ¿Qué daño te hacía ella? Era lo único que hizo que nuestra infancia de mierda no fuera peor… ¡Hasta que tú la mataste, bastardo!”
La cabeza de Lucas golpeó el cristal con fuerza después de que Raine le atizara un buen golpe en la cara.
-“No vuelvas a decir eso ¿oíste?” –Antes de que su hermano pudiera reaccionar, Raine lo apresó del cuello y comenzó ahorcarlo –“Traté de matar a ese viejo de mierda mientras le daba como a una zorra en el suelo. Le desfiguró el rostro, y le clavó una pluma entre las costillas. Yo solo erré el tiro, tenía ocho años ¡tenía ocho años!” –Raine se vio a sí mismo en posición fetal –“Necesitaba a alguien en quién apoyarme” –El revolver en sus manos –“¡No podía perdonarme ese error!” –La mirada de su padre, ajena; llena de odio, miedo y tristeza –“Necesitaba a alguien que me abrazara, que me diera un beso y me dijera que no había sido mi culpa, porque no fue culpa mía Luke, yo quería salvarla” –El olor a pólvora quemada… El cadáver de su madre. El hombre besándola.
Lucas lo abrazó –“Ya, Ray… Ya, tranquilo… Ambos cometimos errores, pero no es tarde para arreglarlo ¿verdad?” -Le dio un cálido beso en la frente. Raine es un hombre fuerte, y a pesar de que sentía angustia y alegría en el fondo de su corazón, no lloró. Aunque deseaba hacerlo. –“Nunca es tarde para volver a comenzar, hermano… Aunque pudiste haberme dicho esto antes… Las cosas se habrían arreglado”
-“Ya te lo dije” –Raine se reincorporó en su asiento –“No lo recordaba. Mi mente había decidido esconder ese trauma en algún lugar lejano…” –Se pasó la mano por la nariz congestionada.
-“De acuerdo. Entiendo… ¿Me das la oportunidad de ser un buen hermano mayor?” –Raine rió.
-“Más vale tarde que nunca, Luke” –Le dio un par de palmadas fuertes en el hombro que fueron bien correspondidas.
-“Ahora dime…” –Continuó Lucas –“¿Qué estamos haciendo aquí?”



IX Un tesoro
            Lucas empujaba la silla de ruedas en medio de la pradera. Era una tarde cálida y despejada. Se podían oír las vacas que pastaban tranquilamente en los fundos adyacentes. El viento despeinaba la pálida cabellera del exteniente Raine. Éste extendió el brazo para señalar, a la distancia, un roble imponente que se erguía en medio del campo.
-“Ahí. Es ahí.”
-“¿Ahí están las cosas que escondió el niño fantasma?” –Preguntó Lucas. Su voz destilaba incredulidad.
Al llegar al tronco del árbol, Raine le entregó la pala que llevaba sobre las piernas tullidas.
-“Justo ahí.” – Dijo, señalando un punto específico en el suelo. Lucas clavó la herramienta en la tierra y arrancó un buen trozo con hierba joven y raíces fornidas.
-“Sé que es difícil de creer Luke, pero es la única manera de deshacerme de él”
Lucas continuó arrancando la tierra sumido en un silencio resentido.
-“¿Clara sabe de esto? ¿Del niño? ¿De la misión que te encomendó?”
-“La primera vez que lo vi, se me ocurrió decirle, pero ella no me creyó. Dijo que me faltaba dormir… “
-“¿Y crees que está equivocada?” –Otro montón de tierra emergió y fue caer al lado. La pala, nuevamente se clavó en el suelo.
-“No lo sé… Honestamente, creo que estoy en mis facultades para determinar qué es real y qué no lo es.”
-“Estoy de acuerdo con Clara. Has pasado por algo muy duro, deberías… Recurrir a ayuda profesional.” –La pala chocó contra algo que yacía enterrado. Un golpe sordo, casi metálico. Ambos compartieron una mirada de sorpresa. Lucas tiró la pala a un lado y se puso en cuclillas para desenterrar una lonchera oxidada y sucia. La limpió un poco con sus manos antes de entregársela a su hermano.
-“¿Qué opinas ahora?”- Le preguntó Raine –“Nunca había estado aquí, ¿cómo explicas que sabía exactamente dónde encontrarla?”
Lucas se cruzó de brazos y apretó los labios –“Yo… Mira Ray, no quiero parecer poco comprensivo, pero honestamente, esto no prueba nada…”
-“¿Crees que pude haberla enterrado yo?” –Le quitó un par de pequeños seguros a la lonchera y la abrió revelando su contenido. Un anillo de plata y una carta escrita a mano con lápiz tinta.
-“Luego del accidente olvidaste varias cosas que te habían sucedido… Quizás enterraste esto y ahora una parte de tu subconsciente sabe dónde está”
-“Es triste, pero tu argumento es válido. ¿Cómo esperas que te pruebe algo que no puedes tocar, ni ver? Olvida la objetividad, hermano. En este preciso momento lo único que necesito es que tengas fe en mi palabra, y en lo que estoy haciendo. Y si decides finalmente no creer en mí, estará bien. Pero no me dejes a mi suerte ahora.”
-“Pero Rayne, ¿por qué esto es tan importante para ti?”
-“Porque necesito deshacerme de ese niño Luke. Estoy desesperado, me está volviendo loco. Viene y va siempre, está por todas partes y en ningún lado. Si tú crees en mí, al menos sentiré que no soy el único loco por aquí.”
Lucas miró al cielo y suspiró.
-“Está bien. Digamos que estás en lo cierto ¿vas a abrir esa carta?”
-“No. No está dirigida a mí, debo entregársela a una muchacha… junto con el anillo.”
-“Vale” –Lucas ni siquiera intentaba fingir que creía en las palabras de su hermano –“¿Y dónde está esa muchacha?”
-“En Nospark.” –Dijo Raine, rápido y seguro. Como un disparo a quemarropa.
-“¡Eso queda a cientos de kilómetros! ¿Estás loco?”
-“Estemos locos Luke, ayúdame con esto.”
-“¡Raine! Este  no eres tú, demonios. Siempre fuiste analítico, poniendo la lógica ante todo, ¿qué es lo que te cambió?”
-“Lucas. La lógica no lo es todo, debes dejar de pensar como todo el mundo. El universo, lo que te rodea es más de lo que pueden apreciar tus sentidos. ¿Qué sentirías en medio de espacio? ¿Cómo te sentirías en medio del vacío?”
-“Pues tendría frío, y moriría. Porque soy un ser humano, igual que tú”
-“Imagina un alma” –Dijo Raine.
-“¿Qué? ¿De qué demonios estás hablando?”
-“¿Tienes alma, Lucas?
-“Pues… No sé. No lo sé, yo creo que sí, ¿qué te pasa?”
-“Anaxágoras murió por defender la idea de que el sol no era un Dios, y que la luna reflejaba su luz. Acabó en la cárcel. ¿El sol es un Dios para ti?”
-“No…” –Lucas se había quedado sin palabras.
-“Copérnico defendió que la tierra giraba alrededor del sol. Lo creían loco. Galileo Galilei defendió la misma teoría, y fue perseguido por la santa inquisición. ¿Se equivocaban?”
-“No.”
-“Giordano Bruno fue encerrado y acusado de herejía por asegurar que el universo era infinito, y que existían más sistemas solares que el nuestro. Ahora sabemos que es cierto.”
-“Ya entendí, Raine…”
-“Charles Darwin fue perseguido por la iglesia durante más de un año a causa de sus teorías.”
-“Ya…”
-“¿Estamos en condiciones de asegurar que algo no existe? Podemos probar la existencia de algo, pero nunca vas a poder probar que estoy equivocado. Puedes meter tu nariz en lo más profundo de tu ciencia, pero no encontrarás nada hasta que alguien encuentre la manera de demostrar lo que yo te estoy diciendo de una manera empírica. ¿Y luego qué? La historia de la ciencia está escrita sobre cadáveres de mártires locos.”
-“Escucha… Iremos donde esa muchacha, y le entregaremos tus cosas. Luego de eso, no vuelve a tocarse el tema. ¿Qué le dirás a Clara?”
-“Le diré que vamos a pescar” –Raine tenía una mirada diferente. Algo había cambiado en él.
Lucas recogió la pala y la azotó contra el roble para quitarle la tierra que tenía pegada. Luego se la pasó a su hermano. Volvió a empujar la silla en dirección contraria al roble.
-“Vaya memoria tienes para recordar todos esos nombres, no recordaba que fueras tan asiduo a la historia, o a ciencias”
Raine no respondió. Él nunca había oído la mayoría de los nombres que salieron de sus labios. ¿Cómo supo todo eso? Se sentía cansado, y sus sienes burbujeaban. Era una experiencia bastante curiosa.
Su hermano lo empujaba en dirección al fiat. Era una tarde hermosa, despejada y tranquila.

X Reencuentro
Clara entró a la habitación con una caja de herramientas de pesca entre los brazos. Raine se encontraba sentado en el sofá mirando la televisión.
-“¿Necesitas algo más? La caña de pescar, las herramientas, ¿dónde tienes los anzuelos?”
-“Están en la caja de herramientas, amor” –Le hizo una señal para que se acercara, y ella avanzó hacia él y se puso a su altura para darle un beso.
-“Me alegro mucho que todo se haya arreglado entre tu hermano y tú. Siempre pensé que era una carga que llevabas sobre tus hombros.”
-“Tienes razón. Me hizo bastante bien tener esa charla con él. Había muchas cosas que nos hacía falta compartir.”
-“Me lo imagino” –Ella le sonrió. Se oyó el motor de un vehículo estacionándose frente a la casa. –“Debe ser Lucas, iré a abrir.” –Un beso más, y se dirigió a la puerta.
Lucas subió los artículos de pesca al fiat, y Clara empujó a Raine hasta el auto.
-“Gracias, querida” –Dijo luego de estar bien sentado en el puesto del copiloto. Clara lo había ayudado a subir.
-“Espero que les vaya genial. Ten mucho cuidado ¿vale?” –Un beso de despedida. Luego agitó la mano en dirección a Raine –“Cuídate también. Mucha suerte”
El fiat emprendió la marcha. Raine observaba a su mujer alejarse por el espejo retrovisor.
-“No se creyó nada ¿no?” –Preguntó Lucas con una sonrisa pícara en el rostro.
-“Ni una palabra” –Dijo Raine devolviendo la sonrisa.
-“¿Qué le dirás?”
-“Probablemente nunca pregunte, pero no se imagina lo que realmente vamos a hacer.” –Raine bajó la ventanilla y la brisa del viento acarició sus canas.
_
El viaje fue largo. Lucas tenía un par de discos de Cat Stevens y John Denver, que cantaron en conjunto cuando Raine no iba durmiendo.
Lucas zarandeó el hombro de su hermano para sacarlo del sueño.
-“Despierta, hemos llegado. ¿Ahora qué? ¿Hacia dónde?”
A Raine no le tomó más de treinta segundos reponerse y precisar hacia dónde debían dirigirse.
-“Por acá, a la izquierda” –Dijo señalando con el dedo.
-“Aún no me acostumbro a esto, es escalofriante” –Comentó su hermano mientras viraba en la dirección indicada.
Nospark era una ciudad bastante grande, y bien habitada. Tenía un par de rascacielos, pero la cantidad de tiendas que podían encontrarse caminando por sus calles la hacían una ciudad importante. Al menos lo suficiente para aparecer en la mayoría de los mapas. Bajo las indicaciones de Raine, el fiat rojo avanzó entre las calles, virando hacia un lado y luego hacia otro. Lucas no estaba muy confiado, pero le impactaba la seguridad con la que su hermano le indicaba la dirección.
-“Alto. Es aquí, aquella casa blanca” –A unos metros se erguía una casa humilde. Sin duda era blanca, aunque la pintura llevara años descascarándose. Las tejuelas tenían un tono ladrillo opaco y desgastado. Parecía un sitio abandonado, con grandes arbustos en el jardín y malezas que llevaban mucho tiempo echando raíces.
-“¿Estás seguro?”
-“Sí” –Dijo Raine mientras abría la puerta. –“Ayúdame por favor”
Lucas bajó del auto y sacó la silla de ruedas de la cajuela. La desplegó, y la dejó junto a la puerta donde se encontraba Raine, quien con un poco de esfuerzo logró acomodarse sobre ella.
Tocaron el timbre tres veces, pero no parecía funcionar. Así que tocaron la puerta. Se oyeron unos pasos al interior, y alguien abrió la puerta. Una muchacha demacrada, de veinte y tantos con una polera larga que la cubría hasta por sobre las rodillas y unos pantalones que le quedaban muy holgados se encontraba ante ellos. Los examinó con la mirada.
-“¿Sí? ¿Puedo ayudarlos?”
-“Buscamos a la señorita Jessica Quinman”
-“Sí, soy yo ¿qué quieren?”
-“Puede que esto le parezca extraño, pero tenemos algo para usted…” –Raine le ofreció la pequeña caja metálica. La muchacha la tomó con ambas manos, y se veía confundida.
-“¿Y esto qué es?” –Dijo mientras la abría.
-“Su contenido le dirá más de lo que cualquiera de nosotros sería capaz de decirle.” –Jessica asintió incrédula y sacó el anillo. Lo examinó y su rostro se puso pálido.
-“¿De dónde sacaron esto? ¿Quiénes son ustedes?”
-“Mi nombre es Raine, él es mi hermano. Quizás le suene extraño, pero Cristian me pidió que se lo entregara.”
-“¿Cuándo?” –Preguntó con su mirada curiosa sobre Raine.
-“Hace unas semanas…” –Dijo.
-“No puedo creerlo” –Dijo la chica. En su rostro se dibujó una amplia sonrisa–“Pasen, por favor.”
El interior de la casa no era más lindo que la fachada de calle. Todo estaba excesivamente desordenado, y las paredes estabas cubiertas de fotos y recortes de periódicos. La muchacha los guio por un pasillo largo y oscuro que crujía por cada metro que avanzaba la silla de ruedas. Llegaron a una sala de estar algo pequeña, cuyo techo daba la impresión que se desmoronaría en cualquier minuto. Sobre la mesa central se encontraba una tabla cubierta de letras, una ouija. La muchacha sacó a dos gatos gordos y perezosos que descansaban sobre el sofá y le ofreció el asiento a Lucas, quien sonrió como quien no quisiera estar ahí mientras acomodaba sus nalgas sobre un cojín pútrido y cubierto de pelos de gato. Jessica también se sentó muy cerca de ellos y los observó muy ansiosa.
-“¿Con quién de ustedes habló?”
Lucas miró a Raine, y éste a su vez miró a la muchacha.
-“Yo… Yo hablé con él. Sé que puede sonar extraño, pero…”
-“¿Extraño? ¡Para nada! Es fascinante, llevo mucho tiempo intentando hacer lo que tú hiciste, ¿cómo fue? ¿Lo viste?”
Raine comenzó a sentirse incómodo.
-“Sí.” –Respondió Raine. Le dirigió una mirada de soslayo a su hermano, pero Lucas parecía más incómodo que él cuando un gato intentaba subirse a su regazo.
-“No puedo creerlo, entonces tienes el poder de contactarte con él. ¿Puedes hablarle? ¿Está aquí ahora?”
Raine examinó la habitación con la mirada, pero no había rastros del niño. La muchacha se veía tan ilusionada de poder comunicarse con él, que a Raine no le quedó otra opción que mentirle.
-“Sí, aquí está. Él… Te está escuchando”
-“¿Y qué dice? ¿Dice algo? ¿Puedes oírlo?”
-“Dice que...” –Raine se frotó el mentón –“…dice que leas la carta que viene dentro de la caja”
-“Sí, ahora.” -Dijo con un par de enormes ojos llorosos mientras sacaba una hoja de papel del interior de un sobre amarillento.
Mientras Jessica leía la carta Raine comenzó a examinar con más detalle la pieza. Tenía ropa sucia por todas partes, y varias velas consumidas casi por completo. En la entrada de la habitación había cuatro atrapa-sueños de distintos colores y tamaños. Las noticias en la pared estaban, en su mayor parte, relacionadas con apariciones paranormales de niños en distintos lugares. Noticias de su padre, que al parecer todavía estaba tras las rejas. La lectura de Raine se vió interrumpida por un estallido de llanto. Jessica comenzó a sollozar mientras leía la carta. Sin embargo, nunca supo qué decía la carta, porque en ese preciso momento Cristian apareció frente a ella. Esta vez estaba cubierto de un haz de luz y ya no proyectaba una sensación de ahogo y tristeza, sino de dicha y calma. El niño acaricio el rostro de Jessica y secó sus lágrimas. Le sonrió a Raine y asintió con la cabeza en signo de agradecimiento. Una luz cálida y brillante impregnó cada esquina de la casa, y Cristian, riendo y con los brazos abiertos, se desvaneció por completo.
Repentinamente entre los haces de luz que entraban por la ventana Raine logró identificar una silueta. Una persona joven de veinte y tantos años se acercaba a él. Sobre esa silla de ruedas.
-“Es un placer verlo otra vez, teniente. Lamento molestarlo, pero mis amigos y yo realmente necesitamos hablar con su consciencia por un rato.”
Raine estaba paralizado, no entendía nada y era esa la confusión que se manifestaba en su gesto.
-“¿Benedict?” –Balbuceó.


miércoles, 25 de junio de 2014

Parte I


Prologo

Existió una época en la que el universo era diferente. No había estrellas, pues aún no nacían, y los planetas no existían. Cualquiera podría detenerse en el horizonte y ver el comienzo y el fin del universo, pues todo ocurría a la vez y nada sucedía, porque cualquiera no estaba ahí. A pesar de todo, no era un tiempo de confusión, sino de claridad. Todo lo que existía estaba en calma y en equilibrio. El universo  no tendía al desorden, sino al orden.
Existían cuatro fuerzas primitivas. La gravedad, la electromagnética, la nuclear fuerte y finalmente la nuclear débil. Todas estas se mantenían en armonía, y juntas vieron nacer la simiente del tiempo. Una pequeña semilla que al germinar, entregó la quinta fuerza; la Voluntad.
Las cinco fuerzas buscaron el equilibrio, pero para lograrlo debían trabajar juntas. La fuerza de gravedad entregó la materia, la electromagnética lo positivo y lo negativo, la nuclear fuerte unió las fuerzas y la débil las mantuvo unidas. Finalmente, la Voluntad le entregó el alma. Así fue cómo surgió la existencia del primer ente, Aethan.
Aethan existió con los ojos abiertos, y se percató de la presencia del tiempo. Fue así como llegó a las tres conclusiones; “El tiempo que me sucede, pasó, y es pasado”, “El tiempo que me enfrentará luego, es futuro” y “Nada ocurre ahora, mi presente no existe”. Lo único que él tenía era su existencia, y si su presente no existía, por consecuencia él tampoco debía de hacerlo. Fue entonces cuando Aethan utilizó parte de la fuerza de voluntad que le fue concebida, e intentó crear algo que le recordara que existía. Fue así como surgió la existencia del segundo ente, Ehda.
Ambos confirmaban mutuamente su existencia, y eso los hacía felices. No se veían, no podían olerse, tocarse ni hablarse. Sin embargo se sentían, percibían los sentimientos mutuos que ambos se profesaban. En lo profundo del ser de Aethan surgió el deseo de entregarle a Ehda algo especial. Rompió el equilibrio de las fuerzas primitivas, y utilizó las fuerzas nucleares para fabricarle a Edha la primera estrella. Ella no pudo verla, ni olerla, ni sentirla, y esto causó una profunda frustración a Aethan. Ehda sintió tristeza en su interior, y nació en ella el deseo de devolverle el favor. Rompió el equilibrio de las fuerzas primitivas para hacerle a Aethan un obsequio sin igual, la creatividad. Aethan, al recibirla tuvo mil ideas, y en su interior nacieron mil sensaciones, las cosas a su alrededor comenzaron a tomar formas para él. Decidió entonces compartir su creatividad con Ehda, y juntos tuvieron la capacidad de imaginar el mundo que ellos deseasen.
Más adelante, en algún lugar dentro de ellos, nació la necesidad de compartir el hermoso mundo que habían creado juntos. Para satisfacer dicha necesidad comenzaron a abusar de las fuerzas primitivas, y millones de entes comenzaron a poblar la nada suspendida en el tiempo.
Las fuerzas primitivas colapsaron, y la nada fue algo. La gravedad estalló en materia, mientras que la electronegatividad se dividía en neutrinos y gluones, las fuerzas nucleares intentaron mantener unidas todas las cosas… pero al universo no le quedaba voluntad, y estalló. Una explosión que escapaba de cualquier imaginación, cuya onda de destrucción se expandió a través de una indefinida cantidad de dimensiones, destrozando el tiempo y el espacio. El universo jamás volvió a ser el mismo. Nunca logró encontrar el equilibrio.
¿Y en cuanto a los entes? Sobrevivieron. Descubrieron que estaban compuestos de energía, así que eran infinitos, eran eficacia, eran poder, eran virtud para obrar… Eran voluntad.



I Huellas tras la tormenta
La lluvia cubría la estancia desplazando el silencio. La puerta del café se abrió de súbito, detonando el sonido de una campanilla que pendía sobre el umbral de la puerta. Las camareras se observaron inseguras, hasta que la más cercana se atrevió a hablar.
-“¿Le puedo ofrecer la carta, señor?” –El agua escurría por el abrigo del sujeto. Su mirada vagaba por el lugar, examinando cada detalle del entorno hasta que se detuvo en la mujer que le acababa de hablar –“Señor… Si gusta puede tomar asiento”
El sujeto observó a la camarera directamente a los ojos. Ella quedó inmóvil. Ante la expectante mirada de todos los que se encontraban en lugar, el hombre extendió su brazo y lentamente acercó su mano desnuda a la frente de la muchacha. El silencio reinó en todo el lugar hasta que sus dedos tocaron su frente. Una chispa se hizo visible justo antes de que la chica se viera impulsada hacia atrás, como si una fuerza invisible la hubiera empujado. Cayó sobre una mesa, sufriendo espasmos y desangrándose por la nariz. El terror se adueñó del café. Esa noche fallecieron cinco personas de la misma manera, ningún superviviente pudo siquiera describir al misterioso hombre. Y solo tenían recuerdos fragmentados de lo sucedido.
-“No tiene sentido” –el teniente Raine Noire cerró la carpeta que contenía la información del caso, y varias fotografías forenses de cada víctima –“Un hijo de puta entra a un local, asesina a cinco personas sin dejar absolutamente ningún rastro, y oportunamente cada uno de los malditos testigos termina con amnesia… ¡Mierda!”
-“Tenemos los análisis de los cadáveres…” –Dijo el agente que se encontraba junto a Raine en su oficina. Le ofreció un sobre cerrado. Raine se lo quitó de las manos como un león hambriento saltando sobre una presa herida, y examinó su contenido. Nunca se le dieron bien los análisis forenses, sin embargo todos los cadáveres tenían un indiscutible detalle en común. Según el informe, la masa encefálica de las víctimas se habría sobre desarrollado, elevando a niveles extremos la presión intracraneal, la eventual causa de muerte.
El agente se arregló el cuello del impecable uniforme y carraspeó para llamar la atención del teniente que yacía sumido en el misterio que le manifestaban los documentos. Raine levantó la mirada –“¿Qué hacemos, teniente? ¿Cuál es el siguiente paso?” –Se aventuró a preguntar. El teniente devolvió la mirada a los documentos y se pasó la mano por la cara.
-“No… No lo sé, no tengo ni la menor puta idea” –miró nuevamente el informe, y lanzó los papeles contra la pared, que se repartieron por toda la oficina –“¡No tiene sentido! ¡Es como seguir las huellas de un fantasma después de una maldita tormenta!” –Se arregló los anteojos, y ordenó sus plateados cabellos con la mano. –“Vete a descansar… y gracias por traerme los archivos… yo me encargaré de esto… por desgracia conozco a la persona indicada”
_

-“No sé… cómo describirlo” –Dijo el detective Benedict, un sujeto descuidado de unos treinta años. Raine se sentía patético cuando tenía la necesidad de recurrir a un muchacho al que le doblaba la edad, pero Ben se había forjado una invicta reputación, y le gustara o no, el chico sabía lo que hacía.
-“Yo lo describiría como un grano en el culo. Como las huellas…”
-“…de un fantasma después de una tormenta” –dijeron al unísono –“Sí, pero la palabra que buscaba era, interesante. –Raine lo observó con curiosidad. Se cubría el bigote teñido de nicotina con su mano mientras examinaba cada acción realizada por el joven detective. Sus ojos azules no paraban de moverse de una fotografía a otra, y de vez en cuando aparecía una sonrisa en sus labios, ¿placer? ¿Estaría el chico enfermo? O quizás solo disfrutaba su trabajo. Él no era un santo, no podía lanzar piedras.
-“Los testigos… Aquí no aparecen testimonios válidos. ¿Estás seguro que tus muchachos hicieron bien su trabajo? No es por desmerecerlos, pero su reputación no los merece” –Raine bufó molesto, se levantó a punto de tirar la silla en la que estaba, y cogió todos los papeles con una sola mano, le importó una mierda arrugarlos con tal de quitárselos a ese pendejo engreído que jugaba a ser detective.
-“Vete a la mierda Benedict, que te den por culo a ti y a este caso de mierda” –Se dirigió a la puerta, pero antes de que pudiera abrirla el muchacho le cortó la inspiración.
-“Las fotografías, tienen algo en común. La posición de las víctimas.”
-“Todas de espalda, tiradas sobre el suelo luego de sufrir una convulsión… ¿qué hay con eso?”
-“En tres de las cinco víctimas hubo una lesión a la altura de las vértebras cervicales. Como si le hubieran golpeado de frente en la cabeza”
Raine se giró, y comenzó a revisar los documentos nuevamente. Observó las radiografías, y no notó nada –“Ahora que lo mencionas, tienes razón. Es extraño que nadie lo haya notado.”
Benedict soltó una risita sarcástica –“No me sorprende. Estás viendo la radiografía de una de las dos víctimas que tienen el cuello intacto.” –Raine fulminó al chico con la mirada, pero éste le respondió con una sonrisa tan amable que cualquiera en la situación del teniente le habría roto la mandíbula
–“¿Y qué? No hay lesiones físicas, no hay hematomas, ni rastros de violencia, ni siquiera…”
-“Estática. Otra cosa que tienen en común. Fíjate en las fotografías doce, quince y dieciocho. Tal vez la veinticinco, pero lo más probable es que no notes nada. El cabello de las dos camareras, y sobre todo en el de la víctima caucásica de cincuenta y cuatro, casi calva, se puede apreciar un desorden peculiar en la cabellera, que recuerda a alguien que ha sufrido una ligera descarga eléctrica.” –Raine ni siquiera perdió el tiempo revisando las imágenes.
-“¿Y cómo puedes unir estas dos “pistas”? –le dijo en tono burlón mientras reordenaba los papeles, y estilizaba aquellos que en su arranque de ira habían sido arrugados –“Habían más de quince testigos, ninguno recuerda nada ¿y qué clase de arma provoca una descarga eléctrica de ese nivel sin dejar ninguna marca de quemaduras?”
-“Eso habrá que averiguarlo. Quiero la lista de testigos para mañana en la mañana.”-Raine odiaba que le dieran órdenes, pero sobre todas las cosas odiaba que ese muchacho se sintiera superior al resto, y mucho más que demostrara ser mejor que él… en prácticamente todo.

II Recuerdos de un hombre que no existe
-“Tenga usted buenos días, mi nombre es Benedict Hardy detective privado. Estoy trabajando en un caso para el departamento de policía de Springfield en el que usted figura como testigo, y me preguntaba si estaría dispuesto a dar su versión de los hechos ocurrido el doce de mayo del dos mil catorce.”
-“No sé si pueda ser de mucha ayuda, recuerdo muy poco. Estábamos con mi esposa y mi hijo, y ninguno recuerda nada importante”
-“Descuide señor Leblanc, estará presente un profesional en reincorporar recuerdos a través de un proceso llamado “regresión”, me pregunto si le es familiar.”
-“¿Eso de hacer creer a la persona que es un bebé, y que actúe como un bebé?”
-“Sí, señor Leblanc, “eso de hacer creer a la persona que es un bebé y que actúe como tal”, pero descuide, no nos interesan sus años de lactante. Estamos más interesados en escuchar qué ocurrió la noche antepasada en el Café Gardenhouse que en verlo chuparse el dedo.”
-“… ¿Está usted burlándose de mí?”
-“Hay un asesino suelto, y usted tiene la capacidad de ayudar. Si no coopera en esta causa, cada una de las muertes que se presenten de aquí en adelante recaerán también sobre su consciencia.”
-“…”
-“Mierda, ha colgado… ¡Carmen! Llama al doceavo, parece que hoy los testigos de muertes paranormales no se han despertado de muy buen humor.”
_

Ben se encontraba en la consulta del Doctor Frederick Shulz, psiquiatra y licenciado en filosofía. Uno de los testigos, varón de 32 años, reposaba sobre un diván. El día del asesinato se encontraba bebiendo un café con su novia o amante, o algo por el estilo que da igual, no es importante, lo único importante es que en ese momento se encontraba recostado sobre el diván rojo del doctor, y Benedict escuchaba cada palabra de la conversación.
-“Pido un café, ni siquiera veo el menú.” –El joven parecía tranquilo relatando su experiencia. Ben notaba que doctor tomaba apuntes de prácticamente todo lo que el sujeto decía.
-“Albert, ¿recuerdas qué tipo de café pediste?” –La cara del muchacho se frunció, pero pareció aliviarse al recordar la respuesta.
-“Latte…” –Ben extendió sus brazos haciéndole gestos incredulidad, ¿realmente era necesario saber toda esa información? Él estaba buscando al maldito asesino, no tenía tiempo para conocer qué mierda comía cada uno de los testigos. Sin embargo, el doctor lo miró austero y continuó con su sesión.
-“Avancemos un poco, Albert. ¿Recuerdas algo que haya llamado tu atención en ese momento? ¿Algún suceso fuera de lo normal?”
-“Un tipo que llamó mi atención. Era extraño porque iba oculto, no… No recuerdo su rostro. Creo que llevaba un sombrero o algo que cubría su cara. Estaba empapado”
-“¿Qué vestía? ¿Lo recuerdas?”
-“Un abrigo largo, sucio y estaba muy desaliñado, parecía… Un vagabundo, pero daba la impresión de ser una persona muy sabia” –Benedict alzó una ceja. El doctor aprobó el desconcierto con una mirada similar.
-“Y cuéntame, ¿cómo lograste notar que esta persona era muy sabia solo por su apariencia?”
-“Porque susurraba historias” –La mano de Albert se movió de manera espontánea. Un espasmo… No era normal. Benedict le hizo señas al doctor para que continuara con el tema, pero éste se negó con la cabeza.
-“Es delicado, si seguimos ejerciendo presión podría terminar con secuelas importantes… Solo un poco más” –El doctor se acomodó en el asiento y continuó –“¿Y qué pasó después de que vieras entrar a este sujeto?”
-“Una camarera le ofreció la carta y un asiento, pero él no contestó nada… Él está… Él está tocando su frente, ¡ella…! ¡Ella voló contra la pared! ¡Hubo una chispa, y ella voló contra la pared!” –Albert comenzó a ponerse muy nervioso, el sudor comenzó a emanar de sus poros, y estaba a punto de llorar.
-“Esto se termina aquí”- El doctor iba a hacer un ademán de despertarlo pero Benedict se adelantó y le tapó la boca.
-“¿Qué sucedió después, Albert?” –Dijo intentando imitar la voz del Doctor.
-“Se frustra. Comienza a maldecir, y habla, y susurra. Y susurra sin hablar, sin mover los labios, todos lo sabemos, él nos libera pero ella no estaba preparada, la otra tampoco, ni él, ni ese sujeto anciano que se sentó en la mesa del al lado” –Las lágrimas del muchacho recorrían sus mejillas a mares, estaba rojo, se le marcaban las venas en la frente y se encontraba a punto de caer en un colapso nervioso.
-“¿Y qué hay de ti Albert? ¿Estabas preparado?” –El doctor trataba de quitarse la mano de la boca. Ben comenzó a forcejear para ganar todo el tiempo posible.
-“Se fue, se marchó, todos queríamos ser liberados, pero la policía llegó, y tuvo que marcharse” –La cara de Albert estaba coloradísima, sus parpados estaban fuertemente cerrados y su mandíbula estaba tensa, como si no quisiera soltar las palabras tan fácilmente.
-“¿Hacia dónde…?” – El doctor se levantó de la silla en la que se encontraba y se quitó la mano de Ben de los labios.
-“¡Basta ya! ¡Largo de aquí, maldita sea!” –dio de manotazos a Ben para que retrocediera, susurró unas palabras para que el muchacho volviera a la realidad, y fue muy extraño. Parecía estar bien, y no recordaba haber estado llorando como una niña.
-“¿Está todo bien Doctor? ¿Ha servido de algo?”
-“No quiero volver a tenerte aquí Benedict. Respóndele al chico, ¿toda esta mierda ha servido de algo?”
-“Honestamente, tengo más preguntas… Pero dudo que algún testigo pueda responderlas”
-“Largo Benedict. No te quiero volver a ver en mi maldita consulta.


III La cacería del cazador cazado
-“Dos víctimas más del mismo sujeto. Misma causa de muerte, crecimiento encefálico, tampoco hay pistas evidentes. Se suman a las cinco del primer caso, y a las otras cuatro de las últimas semanas. Al igual que las demás, no hay pistas evidentes, huellas dactilares, un fantasma… un puto fantasma.” –Raine se llevó la taza de café a los labios, y sus bigotes se impregnaron de la amarga bebida. –“¿Cuánto tiempo ha pasado desde Gardenhouse? ¿Tres semanas? Quizás más… Esta situación me quita el sueño, tú lo sabes bien, no he podido descansar como Dios manda en semanas, duermo ¿cuánto? ¿Tres horas?”
-“Dos… Y a veces ni siquiera vas a la cama”
-“Lo lamento… No me había dado cuenta de cómo esta situación me ha absorbido la vida” –Su mujer rodeó el cuello del teniente con sus delicadas manos, y comenzó masajear su cuello hasta llegar a los hombros.
-“Entiendo, es un caso complicado. Y si lo que me has contado es cierto, realmente nadie puede estar a salvo de ese sujeto. Dices que sus víctimas no tienen relación entre ellas, y que prácticamente mueren porque les crece el cerebro o algo así, no sé mucho de ciencias pero parece realmente algo de otro mundo” –Le descubrió la espalda para continuar recorriendo su cuerpo –“relájate, trabajas más que nadie para mantener esta ciudad segura, mereces un descanso de vez en cuando”
-“No es necesario hablar del tema, prácticamente no he tenido tiempo para saber de ti, ¿qué has hecho? Debe de haber sucedido algo interesante en todo esto tiempo.”
-“Bueno, hace varias semanas te comenté que entré a una clase de yoga, ¿recuerdas?”
-“Claro, ¿qué tal va eso?” –No lo recordaba.
-“Excelente, de hecho en una semana más habrá un viaje a Europa, para conocer a un Yogui muy reconocido, ha escrito muchos libros para activar los chacras, y de autoayuda también.”
-“¿Yogui? Suena como una golosina barata” –Ambos se sonrieron.
-“Es una persona importante, quizás pueda aprender mucho con él” –Un mensaje llegó al móvil del teniente –“Debe ser importante, deberías contestar”
-“No, de una vez por todas el crimen puede esperar. Ahora mi tiempo te lo dedico a ti” –Ella le besó apasionadamente, y se amaron durante horas.
El manto matutino cubrió sus cuerpos desnudos y Raine se levantó. Se duchó con abundante jabón y champú. Cepilló sus dientes, y peinó su plateada cabellera. Incluso, sacó una pequeña peineta y se arregló los bigotes. Afeitó la barba descuidada que le crecía rodeando el mentón, y finalmente se aplicó un poco de perfume. El teniente Raine, por primera vez en varios días tenía la firme sensación de que sería un gran día. Oyó el tono del móvil que indicaba batería baja y revisó su celular.
Enviado a las 5:03am
                -Raine hijo de la puta que parió a tu madre te necesito ahora aquí mierdaaaaaaaaaaaaaaaaa
Enviado a las 5:03am
                -Todo está en clave sin sentido parece un puto rompecabezas creo que entiendo a alberts pero me falta una idea clave
Enviado a las 4:34am
                -Raine muévete de una vez, es imposible que no te hayan llegado todos mis mensajes… Si me estás ignorando, realmente elegiste el peor momento de tu miserable vida para hacerlo.
Enviado a las 3:02am
                -Raine, estoy dentro. Reitero, necesito refuerzos aquí, no sé cuánto tiempo tarde en regresar.
Enviado a las 2:54am                                                    
                 -Necesito refuerzos, y con refuerzos me refiero a ti.
Enviado a las 2:03am
                -Estoy aquí, te espero.
Enviado a las 1:56am
                -Estoy afuera del departamento, el edificio es Peter’s sons, justo en la doceava avenida con la quinta enmienda, a dos cuadras del café Gardenhouse.
Enviado a las 1:36am
             -Lo estoy siguiendo, mueve tu ancestral culo rápido. Te avisaré ante cualquier eventualidad.
Enviado a las 0:23am
             -Estaba dando vueltas por el centro para ver si encontraba algo, y creo que tengo a nuestro amigo. Al parecer tenemos otra víctima pero logré seguirle la huella. Calza exacto con la descripción, al parecer nunca se cambia de ropa, debe oler fatal. En cuanto localice algo te llamo, no queremos que vengas a interferir ¿cierto? Besos

Raine no pudo determinar cuánto tiempo estuvo parado en la cocina observando el teléfono. No estaba paralizado, solo analizaba la situación lo mejor posible. ¿Lo habrá encontrado el asesino? Habían pasado casi dos horas desde el último mensaje, y se podía apreciar en la forma de escribir de Benedict que estaba realmente desesperado… Si le preguntaran a Raine cuánto tiempo tardó en atravesar el umbral de la puerta, subir al vehículo y llegar a la dirección probablemente él no pueda contestarles, pero es suficiente saber que todo ocurrió muy rápido, bajo una marea de adrenalina.
A dos cuadras del café Gardenhouse se encontraba el edificio. Un departamento bastante pintoresco de clase media, nadie se imaginaría que es el hogar de un asesino a sangre fría. Al atravesar la puerta principal se acercó a recepción.
-“¿Qué pasa?” –Preguntó un tipo de mal humor detrás de un mostrador, tenía un gesto adusto y su mirada se ocultaba detrás de sus pobladas cejas.
-“Un amigo, entró hoy como a las… -miró su celular y recorrió el horario de los mensajes -…como a las tres de la madrugada”
-“¿Y cómo esperas que recuerde yo eso?” –Raine deslizó lentamente un par de billetes sobre la mesa –“Ayer en la madrugada ¿correcto?” –El hombrecito cogió los billetes y comenzó a buscar en una computadora que tenía a su lado, posiblemente revisando los videos de las cámaras de seguridad. –“¿Este es el sujeto?” –El video mostraba a Benedict entrando a una habitación. Ésta tenía la puerta abierta.
-“¿Puede retroceder más la cinta?” –El hombre hizo un par de clicks con el ratón, y la cinta comenzó a rebobinarse. Se pudo ver en alta velocidad a Benedict saliendo de espaldas de la habitación, y tiempo después, salir de la misma a un tipo con un abrigo y una especie de sombrero de ala ancha.
-“¡Gracias!” –Raine subió la escalera de a cuatro peldaños, y corrió a través del pasillo hasta llegar a la puerta. Tomó el pomo, respiró profundamente, desenfundó el revolver que llevaba en su arnés y abrió la puerta.
Benedict yacía tumbado en el suelo. Un hilo de sangre nacía de su nariz, estaba con los ojos abiertos, y sus piernas estaban en una posición incómoda. La habitación estaba completamente rotulada con marcadores de varios colores, en el suelo cientos de lápices de todo tipo que el asesino habría utilizado para rayar sobre las paredes. Raine se arrodillo al lado del cuerpo y determinó su pulso. Era muy débil, pero lo más probable es que Raine haya querido sentir eso y el pobre bastardo yaciera muerto. Marcó a la ambulancia, y se incorporó para examinar las paredes. Sacó varias fotografías con su teléfono celular, eran figuras extrañas, ninguna palabra legible, ni letras de cualquier sistema de escritura que él conociera.
_
-“Señor Benedict, solo estoy diciendo que quizás debería dormir. Lleva conduciendo toda la noche las últimas dos semanas, eso no es sano  y sé que usted lo sabe.”
-“No, Carmen mía, lo insano aquí es tener la posibilidad de detener al asesino más apasionante que haya pisado esta ciudad y no aprovecharla ¿Hay noticias de Raine?”
-“Dos víctimas más, eso es todo. Trataré de conseguir el informe forense para usted mañana por la mañana.”
-“¿Por qué no ahora? ¿Qué te detiene?”
-“Porque son las doce de la noche, y… En serio Señor Hardy, ¿tengo que quedarme en el teléfono? Mi marido y yo queremos dormir de una vez, no puede estar llamándome cada noche que salga a patrullar o lo que sea que haga…”
-“¿Insinúas que no te pago lo suficiente? Solo te pido ayuda para mantenerme despierto, la cordura es importante. ¿Es importante la cordura?”
-“Sí señor Hardy, pero realmente quiero dormir… ¿no se molestaría si corto?”
-“No irás a cortarme… ¿Carmen?.. Mujeres....“–La llamada se había cortado. Benedict continuó 
corriendo las calles del centro en su vehículo. Lo ha estado haciendo desde hace dos semanas, cada noche
recorre los distritos bajo una idea; el tipo es demasiado torpe y actúa de manera espontánea. Encontrarlo
cometiendo sus crímenes sería bastante probable. Dobló una esquina, luego otra a la izquierda. Desde un
pequeño callejón apareció un flash, como si alguien estuviera sacando una fotografía. Condujo el vehículo
hasta ahí, y pudo apreciar un tipo de amplio sombrero y una chaqueta roída junto a una mujer sufriendo
espasmos en el suelo. Benedict no se movió, aparentemente el sujeto no lo había visto.

-Estaba dando vueltas por el centro para ver si encontraba algo, y creo que tengo a nuestro amigo. Al parecer tenemos otra víctima pero logré seguirle la huella. Calza exacto con la descripción, al parecer nunca se cambia de ropa, debe oler fatal. En cuanto localice algo te llamo, no queremos que vengas a interferir ¿cierto? Besos

Bajó del vehículo y lo siguió a pie disimuladamente. El tipo no aceleraba el paso, ni se detenía para mirar atrás. Estaba demasiado tranquilo para haber cometido un asesinato tan recientemente.

-Lo estoy siguiendo, mueve tu ancestral culo rápido. Te avisaré ante cualquier eventualidad.

Luego de unos veinte minutos, el sujeto entró a un edificio, lo más seguro es que tuviera un departamento ahí. Benedict miraba su celular muy seguido y parecía ansioso.
-“Vamos teniente, mira el maldito telefono…”


-Estoy afuera del departamento, el edificio es Peter’s sons, justo en la doceava avenida con la quinta enmienda, a dos cuadras del café Gardenhouse

Continuó enviándole mensajes a Raine hasta que había pasado una hora. Fue entonces cuando decidió tomarse la justicia por mano propia. Atravesó la recepción como si fuera un inquilino más del lugar y subió al segundo piso. Se quedó ahí, oyendo en silencio. Un ruido provino del tercer piso y subió por la escalera. Al llegar a la planta, vio al sujeto saliendo de su habitación. Lo observó largo y tendido, pero Benedict fingió indiferencia. El hombre pasó a su lado, clavando su mirada en él, pero no hizo nada extraño. El detective esperó que el sujeto se perdiera de vista y entró a su departamento.

-Raine, estoy dentro. Reitero, necesito refuerzos aquí, no sé cuánto tiempo tarde en regresar.

Las paredes del departamento estaban completamente rotuladas. Era un idioma extraño, pero a Ben se le hacía familiar. Sumerio ¿sumerio? Era posiblemente el lenguaje escrito más antiguo que se conoce, junto con el egipcio. Le llamó la atención que la habitación le entregaba una especie de sensación diferente… Él pudo haberlo descrito como “sentir” el significado de las palabras. Lo que le sucedió no tuvo explicación. Sintió que su mente se abría, y estaba seguro de poder leer esos extraños símbolos rotulados por todos lados.
Guerra, libertad, etéreos, jaulas de carne, dolor, sentidos, cárcel, opresión
Cada palabra que percibía se iba inter-relacionando con la anterior de maneras que él no podía explicar.
-“Jaulas de carne… Somos jaulas de carne. Vivimos para sentir dolor, para ser… oprimidos.” –Se dijo en voz alta.

-Raine muévete de una vez, es imposible que no te hayan llegado todos mis mensajes… Si me estás ignorando, realmente elegiste el peor momento de tu miserable vida para hacerlo.

-“La libertad es un mito, y la felicidad es solo la recompensa para una respuesta condicionada… ¿Qué nos hace diferente al resto?... La consciencia, claro. La capacidad de crear, y de creer.” –Las palabras brotaban de su cabeza y acaban por salir de sus labios, era dominado una incredulidad imponente, sabía que todo era verdad, pero no quería creer… No podía ser cierto. Ahora comprendía las palabras que el joven Albert dijo cuando hablaba con el doctor Shulz.
Cayó rendido sobre sus rodillas, y con las manos temblorosas escribió nuevamente a través de su teléfono celular.
-Todo está en clave sin sentido parece un puto rompecabezas que sale de la mente creo que entiendo a alberts pero no puedo creer en nada.
-“No te resistas hermano. Deja que tu alma sea libre” –Una voz de ultratumba silenció todos los pensamientos que inundaban su mente. El sujeto de la chaqueta roída había entrado en la habitación en medio de la confusión de Ben. El corazón del muchacho comenzó a latir con fuerza, sentía como se dilataban las venas de cuello y un escalofrío le recorría la espina dorsal. –“Entrégate y vive para liberar al pueblo” –El hombre se acercaba cada vez más a Benedict que lo observaba de rodillas. Sus manos temblaron, y utilizó toda su fuerza de voluntad para escribir nuevamente a través del celular.
       
-Raine hijo de la puta que parió a tu madre te necesito ahora aquí mierdaaaaaaaaaaaaaaaaa

El índice del hombre se acercó lentamente a su cabeza, una potente luz brotó al tocarlo con sus dedos, y Benedict por primera vez en sus trescientas veintidós vidas, fue libre.


IV El que alguna vez, entre muchos otros, fue Raine
            Raine… ¿era Raine? No estaba seguro… Ese era uno de los miles de nombres que alguna vez le dieron una identidad… Se sentía libre, y podía volar. Las estrellas lo rodeaban, sabía que eran cálidas y que lo podían guiar a través del universo, pero no podía sentirlo. Sus manos no estaban ahí. Estaba despierto, pero su corazón latía en otro rincón del espacio profundo. Desde el fondo de su ser oyó voces agitadas.
            -“Imagina… una manzana”
Una manzana apareció. En medio del espacio. Quizás siempre estuvo ahí. El que alguna vez fue Raine la cogió entre dedos espectrales que lentamente comenzaron a tomar forma. La olió, y sintió como la fragancia le recorría los pulmones. Ahora tenía pulmones. Y podía respirar en medio del espacio. Le dio una mordida, y la jugosa fruta le recorrió las papilas, y pudo saborear.
            -“Imagina… un camino”
La voz desató una nueva respuesta. Ante él, había un camino. Quizás siempre hubo un camino, pero estaba muy distraído para verlo. Quizás el camino acababa de aparecer. El camino era largo, terminaba justo donde comenzaba el infinito. Estaba pavimentado, y tenía muchas farolas encendidas. Quizás estaba de noche, y por eso las farolas estaban encendidas. Pero no era una luz fría y tenue, no, era una luz fuerte y cálida, como la luz de una estrella.
            -“Imagina… un alma”
El que alguna vez fue Raine nunca pensó en cómo se veía un alma. Siempre estuvo ocupado pensando en cosas que podía tocar, ver, o sentir. Sin embargo, él siempre había pensado que el alma era una llama dentro de cada uno, del color de la pureza con un ligero tono de bondad. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento que resonó por todo el lugar. Entonces, vio aparecer lenguas como de fuego que descendieron a su alrededor. Se vio lleno de tranquilidad, porque se dio cuenta de que no estaba solo. Todas las pequeñas llamas que lo rodeaban parecían intentar comunicarse con él en distintas lenguas que él no comprendía, y que nunca había oído.
            -“No intentes entender, solo siente lo que tienen que decir”
Ahí estaba él, quien fue entre muchos otros el teniente Raine, en medio de una calle pavimentada, iluminada por farolas brillantes y cálidas como estrellas. Rodeado de almas que intentaban comunicar un mensaje que había estado escondido por más años de lo que la tierra podía recordar. Las llamas acallaron sus voces, y aquel que le hablaba desde un principio volvió a tocar su alma.
            -“Imagina… un nuevo color”
El que alguna vez fue Raine no pudo lograrlo. Las llamas que lo rodeaban se extinguieron de súbito, y la calle solitaria en la que se encontraba comenzó a desmoronarse desde el infinito. En su desesperación, intentó aferrarse de una farola, pero su luz ya no era intensa y cálida, ni tenue y fría, porque nunca hubo una farola. Cuando el desplome de la calle lo alcanzó, no cayó, porque no había arriba ni había abajo. Estaba en medio del espacio. Estaba desorientado, pero logró encontrar un delicado hilo que llevaba unido a su alma. Lo siguió hasta encontrar un lugar muy familiar. Era una habitación blanca. Con una camilla de sábanas blancas. Al lado de la camilla había una silla, y sobre esa silla había una mujer. Estaba llorando desconsolada. Él podía ponerse en el lugar de ella, y sentir lo que ella sentía. Había perdido a un ser amado, y no tenía esperanzas. Otra mujer atravesó una puerta, y se acercó a la camilla. Un sujeto se encontraba postrado en ella. La enfermera revisó las bolsas de suero, y debido a que estaba vacía la cambió por otra. No estaba seguro de si era suero, o quizás un medicamento. Tenía las manos muy frías, y la boca reseca, y varios tubos estaban conectados a sus venas. La enfermera lanzó una mirada triste a la mujer que lloraba sobre su regazo antes de marcharse. Él quería acariciarle sus dorados cabellos, como lo hacía siempre. Quería tocar sus labios y besarlos como lo había hecho siempre, pero su cuerpo no le respondía. Logró mover un par de dedos lentamente, era un logro. Requirió de varios minutos para poder mover el brazo hasta tomarle la mano a su esposa. El roce se sintió cálido y vivo. Ella levantó la cabeza y sus facciones expresaban asombro. Tenía los ojos muy abiertos y cristalinos, como una mujer que lloraba porque creía haber perdido a quien amaba. Lentamente su expresión de sorpresa se convirtió en una sonrisa, luego en una risa, y finalmente en un abrazo. Volvió a llorar mientras sus brazos lo rodeaban y sus labios le besaban la barba.
-“Tranquila linda, todo está bien”
Entonces aquel que alguna vez fue Raine, fue nuevamente Raine.

V Aprendiendo a caminar
            Raine siempre fue un hombre fuerte. No por fuerza física, sino por fuerza de voluntad. Recuerda cuando tenía ocho años y su padre había llegado a casa, extrañamente sobrio. Lo supo porque cuando se arrodilló y le ofreció el revolver Smith & Wesson por el mango, no olfateó el mínimo atisbo de alcohol. Su padre, con grandes manos ásperas cogió sus manos de niño y lo obligó a asir el arma. El pequeño no tuvo opción.
-“Dispara Raine, dispara hijo, hazte hombre y libera al mundo de la mierda de padre que tienes” – Había dicho. En aquel entonces era un niño, y la inocencia lo cubría de pies a cabeza. Sin contar que llegaba ebrio cinco días a la semana, golpeaba a su madre con lo que sea que tuviera a mano; lo golpeaba a él, claro; y vomitaba amenazas de muerte contra ellos, era un muy buen padre. Recuerda aquella vez que le enseñó a montar en bicicleta. La verdad es que quiere recordar que fue él, pero en el fondo de su alma sabe que fue su abuelo.
            Raine no lograba concebir el sueño. Su esposa se había quedado dormida intentando consolarlo, pero el sueño tiene la manía de ser impertinente, y atacar en el momento menos apropiado. Raine es un hombre fuerte, pero esa noche había llorado desde que su cabeza tocó la almohada. Y es que tenía muchas cosas en mente… El sueño que había tenido antes de despertar de casi dos años en coma era solo el primero de sus problemas. Las cosas habían cambiado… La comisaría necesitaba un teniente, y uno postrado en una camilla no iba a ser muy útil. Su mujer tenía necesidades sexuales, como cualquier mujer. Sin embargo él no había querido tocar el tema. Ella tampoco.
-“La vida no puede ser tan mala” –Se repetía a sí mismo. Tenía la extraña sensación de estar soñando, y de haber despertado en el momento en que dejó de soñar con el espacio.
El primer día no lloró, y trató de enfrentar la realidad, pero no pudo dormir en toda la noche. El segundo, no fue muy distinto del primero. Sin embargo el tercero era especial, porque estaba enfrentando uno de sus mayores problemas. Estiró su mano de la cama hasta dar con una silla y la acercó a la cama. Intentó pasar de la cama a la silla ayudándose sólo de los brazos.

-“¿Qué estás haciendo amor?” –Preguntó Clara, despertando de su pesado sueño.
-“Solo quiero ir por un vaso de agua” –Dijo mirando por la ventana mientras pasaba de la cama a la silla.
-“Raine… Yo te lo traeré, trata de dormir.” – En ese minuto los brazos del que alguna vez fue un teniente se fatigaron después de un año sin uso, y cayó de bruces al suelo junto con la silla de ruedas. Raine es un hombre fuerte. Pero es inválido, y luego de despertar encontró su vida hecha una mierda. Así que lloró sobre la alfombra. Sentía impotencia y apretaba su dentadura con ira intentando guardar esas lágrimas.
Siempre odió sus lágrimas. El sabor salado, la vista húmeda y la cara empapada le parecían desagradables.
Clara le quitó la silla de ruedas de encima, y la apartó para ayudarle.
-“Tu llegas a ponerme una mano encima y te mato ¿ME OYES?” –Estaba enojado, dolido, frustrado. Era fácil comprenderlo en ese momento. Lo difícil era darse media vuelta, ignorar a su marido inválido tirado en el suelo mientras lloraba, y dormir. Así que no lo hizo. -“Déjame ayudarte Raine. Deja tu orgullo a un lado, necesitas tiempo para aceptar esto, yo sé que es difícil para ti… Pero no me apartes del problema…”
Raine se secó las lágrimas con los puños. Sin decir palabra alguna, y con mucho esfuerzo logró subir a su cama con ayuda de sus débiles brazos. Querían dejarlo en el hospital, pero no lo aceptó. Sin embargo accedió a hacer el programa de ejercicios. Era un hombre orgulloso, no un tonto.
Se acomodó contra el respaldo de la cama, y observó con desgano la luz de la luna filtrarse entre las persiana que cubrían la ventana.
-“Cariño…” –Raine salió de su letargo, no había notado que Clara había ido a buscar un vaso de agua. Ahora se lo estaba ofreciendo con una sonrisa amable. Era hermosa. Él aceptó el vaso con un balbuceo, que seguramente fue un “gracias”, y le dio un sorbo. –“Debes calmarte… Las cosas van a estar mejor, ¿de acuerdo? Estamos juntos, y nada nos va a separar.”
-“Esto no es nada Clara.” –Nunca la llamaba Clara. –“Esto es algo. ¿Planeas vivir con tu marido parapléjico el resto de tu vida?” –Para ella el tema era aún delicado y no sabía cómo abordarlo. Así que decidió guardar silencio. –“¿No te importa tener que arrastrarme por todas partes? ¿Tener que meterme con esa silla de mierda en el metro? ¡Subir una puta escalera será una odisea!” –Lanzó con todas sus fuerzas el vaso contra la pared detonándolo. Las esquirlas del cristal y las gotas de agua salpicaron la habitación.
Por segunda vez en la tercera noche lloró. Ella nunca había visto a su marido derrumbado, y eso la hacía sentirse insegura… Él era su piedra angular, ella era la de los problemas.
-“¿Recuerdas… cuando mi padre me pidió disparar ese revolver?” –Raine la miró con ojos vidriosos. No era la mirada de un hombre fuerte, la mirada de un teniente por más de diez años que había visto a la muerte a los ojos. Era la mirada de un niño atemorizado con un revolver en la mano, apuntando a la sien de su padre.
-“Sí” –Dijo Clara después de un largo rato de silencio. Era un tema que sólo se había hablado una vez en sus casi veinte años de matrimonio. Era un tabú. Inconscientemente ambos lo habían ocultado en lo más profundo de sus memorias maritales. Ahora volvía a ver la luz, y estaba desesperado por salir.
-“Tuve un sueño” –Continuó mirando al techo –“Un sueño en el que me sentí despierto. Un sueño en el que por un segundo tuve la sensación de ser realmente yo, de estar libre… Un sueño donde no habían secretos para mí, y tenía la libertad de recorrer todo el universo desde el principio hasta el fin” –Clara lo miraba fijamente. Sentía miedo. Pero su rostro lo ocultó. –“¿Recuerdas qué sucedió?”
-“No… Es decir, dijiste que tu madre había interferido, y que luego hubo una discusión”
-“Eso lo inventé. Lo último que realmente recuerdo es a mi padre colocando el cañón del revolver en su frente. Lo de mi madre solo lo inventé para mentirme, para ocultar esa laguna mental que dejaba abierta la posibilidad de haberle destapado la cabeza a mi padre a los ocho años.”
-“Es algo que pasó hace más de cuarenta años. No te martirices por eso…” –Clara se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Le acarició el cabello desordenado y sus labios.

-“Luego de ese sueño… Esa laguna mental desapareció… Sé lo que realmente sucedió esa noche, y no puedo dejar de pensar en eso.”